julio 5, 2024

Una bala perdida lo alejó del ring; hoy entrena a los nuevos luchadores juarenses

Ciudad Juárez, Chihuahua.— El mediodía del 10 de febrero de 2011, Juan Carlos conducía de su casa al trabajo como gerente de un restaurante-bar. Era la Ciudad Juárez de la guerra contra el narco. Ese día había obras en su camino habitual y tomó otra ruta para ir del sur de la ciudad, donde vivía, hacia el centro. Cuando llegó al cruce del bulevar Zaragoza y la carretera Panamericana se detuvo en el semáforo. Había una larga fila de vehículos. Para evitar el rojo, algunos decidieron atravesar por la gasolinera que hay en el cruce. Él no. Iba con tiempo. Podía esperar. Lo recuerda ahora, con media sonrisa. La luz cambió y Juan Carlos avanzó. Eran los últimos días del invierno en Ciudad Juárez y él llevaba los vidrios arriba. A lo lejos escuchó un sonido “como el de las palomitas cuando están en el micro”. La ventana de su lado explotó. A través del cristal reventado vio a los ocupantes de un vehículo disparar a lo largo de la carretera Panamericana. No tiraban a ningún lado, dice. Era como si estuvieran practicando. Juan Carlos trató de resguardarse, se encogió sobre su asiento y sintió un golpe en la espalda. En realidad una bala le había penetrado por el costado izquierdo, le rompió la costilla, perforó su pulmón y chocó con su columna vertebral. Soltó el freno y se estrelló con una rutera. Su vida no volvería ser igual.

“Yo siempre quise ser luchador. Empecé a entrenar lucha olímpica a los 12 años”, dice Juan Carlos en la sala de su casa, sentado en su silla de ruedas.

A los 16 años comenzó a luchar de forma amateur, en pequeñas arenas, en una Ciudad Juárez embebida por la lucha libre. Pasaron cuatro años y tuvo la oportunidad de hacerlo profesionalmente en el gimnasio municipal Josué Neri Santos, considerado uno de los recintos más importantes para este deporte en el país.

“Dure como un año y medio que casi casi ya me andaban tocando las golondrinas, porque estaba mal, por las llagas, porque era algo nuevo para mí”, dice.

Juan Carlos inició un tortuoso proceso físico y mental para recuperar su autonomía. Al principio, relata, era incapaz de sentarse en la cama o de trasladarse de un silla a otra. Luego encontró en organizaciones de la sociedad civil la ayuda que necesitaba para recuperar su movilidad y superar la honda depresión en la que se encontraba. Para ello el apoyo de Fundación Juárez Integra fue decisivo. El de familiares, compañeros y amigos de la lucha libra también fue esencial. Allí sus terapeutas lo instaron a retomar la práctica de la lucha libre. Juan Carlos pensaba que no era posible. No creía que pudiera volver a practicar el deporte que amaba, pero la terapia funcionó. “Pensaba que estaba loco el doctor; no me podía mover de la silla, me sentaba y me caía. Pero gracias a esas locuras del doctor y un terapeuta de nombre Fernando, empecé a entrenar y echar maromas, cosas increíbles que uno no se da cuenta que puede hacer”, dice. Hoy, casi 10 años después, Juan Carlos ha recuperado su independencia. Sigue entrenando lucha libre, trabaja con jóvenes deportistas, se traslada en un vehículo adaptado con el que lo apoyaron sus amigos. Frecuentemente entrena en la Arena Kalaka, propiedad del luchar Pagano, a quien considera el mayor representante actual de la lucha juarense a nivel nacional.

“Cuenta mucho el apoyo de la familia, de compañeros, de amigos de la lucha libre. Estoy bien en mi situación, pero porque me dedico a entrenar a los muchachos y ando en las arenas con mi hijo que ya está luchando. Es lo que me hace dar un extra”, dice.

Ahora su hijo, Ráfaga Jr., carga el legado familiar cuando sube al cuadrilátero en arenas locales, eventos multitudinarios como la Feria Juárez y en el gimnasio municipal, donde casi 30 años atrás su padre debutaba en la lucha profesional. “Creo que todo fue para bien. Ahora ando con mi hijo para todos lados gracias a la lucha libre. Mi mamá, mis hijos, han sido muy importantes. Gracias a ellos salí adelante. Primero por ellos y después por la lucha libre”.