Luego de que su hija fuera discriminada en su escuela por tener autismo, Leslie Molina decidió trabajar por el reconocimiento de las neurodivergencias, educar sobre el autismo y brindar apoyo a niñas, niños y personas cuidadoras de su comunidad. Hoy, junto con su esposo, lucha por conseguir un espacio adecuado en el que la asociación civil que fundaron, Somos Autistas Juárez, pueda ofrecer sus servicios.
Por Jonathan Álvarez / YoCiudadano
Ciudad Juárez, Chihuahua.— Leslie Molina y Eder Villalobos son un matrimonio joven que ha creado un espacio seguro para las infancias con autismo y sus cuidadoras en la colonia Zaragocita, en el suroriente de Ciudad Juárez.
Juntos constituyeron la asociación civil ‘Somos Autistas Juárez’ hace tres años y desde entonces atienden a niñas y niños con esta discapacidad, así como a sus cuidadores de las colonias El Papalote, Riberas del Bravo, El Sauzal y del Valle de Juárez.
Somos Autistas es una iniciativa ciudadana que tiene la misión de brindar las herramientas necesarias para la obtención de diagnósticos de vida a temprana edad, gestionar terapias con especialistas, hacer actividades recreativas para las niñas y niños, y ofrecer sesiones de contención emocional y capacitación a las personas cuidadoras.
Esta valiosa labor se lleva a cabo desde el pequeño patio de Leslie, ubicado en la calle Ejido Cuauhtémoc. Gracias a este esfuerzo comunitario han logrado vincular a niñas y niños con neurólogos pediatras, lo que les ha permitido obtener un diagnóstico, recibir terapia y acceder a medicamentos.
Leslie recuerda con cariño varias de las sesiones que se han realizado en su hogar y que han favorecido al desarrollo de habilidades sociales, emocionales y motrices de las niñas y niños.
Actualmente, la pareja lucha por un espacio digno para las 12 infancias que atiende su asociación civil. Es por eso que buscan que un jardín de niños que se encuentra en desuso se destine a las actividades de la organización.
El preescolar ‘Niños Héroes’ se ubica en la colonia El Papalote y ha estado inactivo desde hace más de una década. Actualmente, Leslie y su esposo trabajan en un proyecto de rehabilitación que buscan que sea apoyado por diferentes instancias de gobierno.
Todos Somos Autistas: una lucha por el reconocimiento
Mientras Leslie prepara el desayuno, sus hijos Rubí, de ocho años, y Liam, de cuatro, hablan sobre las caricaturas que más disfrutan.
Liam dice emocionado que le gustan mucho los dinosaurios. Por eso, en lugar de una estrella, en la punta del arbolito de navidad colocaron un pequeño dinosaurio azul. Rubí le cuenta a su madre cómo elaboró un cartel informativo sobre la importancia de la inclusión en su escuela.
Ambos niños fueron diagnosticados con autismo hace casi tres años. Desde entonces, Leslie y Eder se han dedicado a capacitarse e informarse sobre esta condición.
Leslie se encontró con una sociedad que invisibiliza las neurodivergencias. Al querer integrar a su hija a la educación formal en un colegio católico, le dijeron que allí no aceptaban a infancias con autismo, pues la madre superiora consideraba que eran “especialitos”.
A Rubí le fue negada la educación, y el avance que habían logrado como familia se desmoronó. “Ese hecho fue el que me impulsó para que otras mamás no pasen por lo que yo pasé ese día. El trago amargo de ver a tu hijo ir hacia atrás, el cuestionarse ‘¿por qué soy así?’. Mi hija me decía que le daba vergüenza que dijéramos que tenía autismo”, recuerda Leslie.
A raíz de la discriminación que sufrió Rubí y su familia en el colegio, su madre decidió luchar intensamente por la inclusión de las niñas y niños con neurodivergencia. Comenzó a encontrar a otras madres que habían tenido experiencias similares y formó una red de apoyo para conseguir que los niños comenzaran a ir a sus terapias. En ocasiones vendían burritos o se cooperaban para las consultas y los medicamentos que requerían.
Leslie inició encuentros con un grupo de madres cuidadoras para llevar a cabo sesiones de apoyo emocional, reconociendo que la crianza de niñas y niños con neurodivergencia presenta desafíos únicos, especialmente frente a la falta de comprensión y sensibilización sobre el autismo en la sociedad.
“Nos reuníamos porque nos sentíamos bien agotadas porque no teníamos dónde recargarnos y decir ‘hoy no puedo más’”, dice.
La casa de Leslie se convirtió en una “guardería”, pues recibía cada vez a más niñas y niños. Y es que en el suroriente no existen espacios especializados para atender a las infancias con neurodivergencias, señala.
Dice que en Juárez las niñas y niños pasan hasta tres años en lista de espera para una consulta médica neurológica, por lo que uno de los grandes retos en la ciudad es encontrar espacios para la atención y diagnóstico temprano. Como parte de su misión, comenzó a buscar apoyo profesional de terapeutas y fisioterapeutas en los centros de salud más cercanos en la colonia Águilas de Zaragoza y sus alrededores.
También empezó a organizar jornadas de recreación en su patio, en donde implementa sesiones lúdicas que ha aprendido a lo largo de los años para mejorar la motricidad de las niñas y niños, su socialización y manejo de emociones.
Además realizan paseos a parques cercanos, en donde una brigada de personas cuidadoras está al tanto de las niñas y niños, para que puedan disfrutar del espacio público.
“En mi casa hicimos piñatas, pintura, hicimos ‘globazos’ de harina (…) eso les ayuda mucho a la motricidad, a que se relajen y se expresen. Vimos que las niñas y niños sí se adaptaban solo era cuestión de escucharlos”, menciona.
Leslie también se ha dado a la tarea de preparar talleres sobre los rasgos de las personas autistas que lleva a las diferentes escuelas de la zona, pues considera que es de vital importancia que los educadores conozcan cómo identificarlos.
Organización y alianzas para recuperar el espacio
Mientras cae la tarde, Rubí, Liam, Leslie y Eder se dirigen hacia el preescolar abandonado Niños Héroes ubicado, en la calle Olivar de Castilla. Desde que llegaron a vivir a Zaragocita imaginaron ahí un centro de atención a niñas y niños con autismo.
Tras más de una década abandonado, las instalaciones han sido saqueadas y vandalizadas. Rubí observa el espacio e inmediatamente imagina un mensaje de bienvenida para sus amigos.
“Mamá, aquí podemos poner una frase: ‘todos podemos ser lo que queramos ser y todos debemos ser respetados y apoyados’”. Toda su familia estuvo de acuerdo.
En el último mes, Leslie se ha reunido con autoridades y con representantes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) en busca de apoyo para la rehabilitación del jardín de niños.
Las autoridades de la Subsecretaría de Educación han confirmado que dichas instalaciones no se necesitan, pues hay otros preescolares en el área que brindan el servicio. Sin embargo, aseguran que la escuela está en una zona ejidal, por lo que el terreno no es propiedad del gobierno estatal.
Actualmente, Leslie y Eder buscan llegar a un convenio con los propietarios del terreno para que este sea convertido en un centro de atención para personas con autismo. Leslie agrega que los propietarios se han mostrado receptivos e interesados en el proyecto.
Apoyada por los promotores comunitarios de Red de Vecinos de Juárez, proyecto de participación ciudadana de la asociación civil Plan Estratégico, Leslie logró reunirse con distintos actores clave.
El pasado 05 de diciembre se reunió con representantes de la UACJ, la Subsecretaría de Educación y con el DIF Municipal para plantear la necesidad de rehabilitación del kínder. En la reunión, el arquitecto Alejandro Machado Ortega, integrante de la Red, dio a conocer un informe detallado de las condiciones físicas de las instalaciones, así como las necesidades de la infraestructura.
Destaca que el terreno necesita limpieza y despalme, resanado y pintura del acceso principal, instalación de malla ciclónica, fumigación, retiro de los juegos viejos, construcción de una rampa de accesibilidad e instalación eléctrica, hidrosanitaria y de gas, para lo cual se requiere de un presupuesto aproximado de 480 mil pesos.
Agrega que el espacio cuenta con seis edificios que necesitarían una inversión aproximada de 1 millón 780 mil pesos para su rehabilitación. De los salones existentes, se identificó que uno se encuentra en condiciones favorables, por lo que podría ser rehabilitado con mayor rapidez.
Leslie acordó con los representantes de las instituciones realizar una jornada de limpieza en la cual participará la UACJ, estudiantes y dependencias municipales.
Con esta primera jornada, proyectada para finales de enero, se espera que Leslie consiga la anuencia para usar el espacio en las actividades de Somos Autistas Juárez.
Arturo Herrera Robles, subdirector de orientación y bienestar estudiantil de la UACJ, añadió que la comunidad universitaria está dispuesta a ayudar para poner en marcha un pequeño proyecto en el cual puedan participar estudiantes de diversos programas académicos con actividades para las niñas y niños que se atenderán en el espacio.
Cuidar a las cuidadoras
Cuando Leslie comenzó a organizarse, encontró apoyo en otras madres que al día de hoy la han ido acompañando. Este año sumó más aliadas, pues conoció a Diana Chávez y a Idaly Cárdenas, líderes del grupo ‘Cachitos de Amor’, una comunidad de madres cuidadoras de niñas y niños con diversas discapacidades asentadas en la colonia Olivia Espinoza, también en el suroriente.
Leslie descubrió que no está sola y que junto a otras cuidadoras tiene una agenda común: seguridad social para las madres cuidadoras, escuelas inclusivas, terapias, atención médica digna y diagnósticos tempranos.
Las cuidadoras lograron crear una agenda que han entregado a diversos funcionarios en distintos espacios, entre ellos a la presidenta de México, Claudia Sheinbaum; el alcalde, Cruz Pérez Cuéllar; y la presidenta del DIF Municipal, Rubí Enríquez, así como a diputados y senadores.
“Es como una telaraña grandota. Somos muchas mamás echándole muchas ganas”, considera Leslie.
Lo que comenzó como un camino de aprendizaje para Leslie y Eder, se ha convertido en una lucha por un espacio digno en donde las niñas y niños accedan a sus terapias y en donde las personas cuidadoras puedan tener sesiones de contención emocional. Un espacio en donde todos puedan ser respetados y apoyados, tal como lo anhela Rubí.