diciembre 21, 2024
Comunidades Investigaciones Medioambiente

Sembrar el desierto: huertos e invernaderos con sentido social en el suroriente

Ciudad Juárez, Chihuahua.— En el suroriente de Ciudad Juárez hay proyectos de sustentabilidad alimentaria y con sentido social que han emergido gracias al trabajo de luchadores sociales, voluntarios, docentes y personas que buscan apoyar a su comunidad.

Trabajar la tierra en este desierto no es sencillo. Requiere esfuerzo físico, conocimientos químicos y de biología, además de perseverancia. Esas son las cualidades de las personas que impulsan huertos urbanos e invernaderos en esta zona de la ciudad, con los cuales alimentan a distintas poblaciones en situación de vulnerabilidad social.

Aunque difícil, la tierra desértica es benévola. Chiles, calabacitas, sandías, albahaca, lechuga, cebolla, repollo e incluso higos son algunas de las cosechas más comunes.

Pero quizá lo más significativo es aquello que no es tangible: la conexión con la naturaleza, el trabajo en equipo, el sentido de comunidad y la paciencia que da el trabajar la tierra.

Estas son las historias de tres proyectos de sustentabilidad alimentaria con sentido social en el suroriente de Ciudad Juárez, que buscan ir en contra de la inmediatez del corporativismo, de la contaminación, y que, por el contrario, buscan la reinserción social, el fomento de valores, el trabajo, la calma, el cuidado de la economía familiar y del medioambiente.

Alimento para toda una comunidad: el huerto de don Arturo 

Una decena de adultas mayores esperan con ansias la cosecha de chiles puya que se dio en el Centro Comunitario Frida Kahlo. “Con esto voy a almorzar. Una salsa, unos frijoles ¿y qué más quieres?”, dice una de las personas que se encuentra detrás de la reja en donde Arturo Ponce corta con prisa los chiles para entregarlos a los habitantes de la colonia Frida Kahlo.

Mientras esperan que don Arturo les entregue un puñado de chiles para el almuerzo, las adultas mayores dicen que las verduras en el súper mercado se han encarecido. Y no es para menos. Tan solo en la primera quincena de agosto, la inflación en México alcanzó 8.62 por ciento, la tasa más alta en los últimos 20 años.

Don Arturo trabajando en el huerto del centro comunitario Frida Kahlo

De acuerdo con datos de la Profeco, la canasta básica con 24 productos en Juárez requiere la inversión de hasta 1,110 pesos. Todavía en 2020, al 11.7 por ciento de las personas se les dificultaba acceder a alimentación, de acuerdo con el Informe de Pobreza en Juárez 2022, de la asociación civil Plan Estratégico de Juárez.

Las adultas mayores acuden al centro comunitario para participar en reuniones de asistencia social y se van contentas con sus puñados de chile para el desayuno. Una a una le dan las gracias a don Arturo, quien desde hace más de una década ha trabajado la tierra en este pedacito de desierto.

El huerto comunitario del Centro Frida Kahlo mide aproximadamente ocho por seis metros. Actualmente tiene maíz, ejotes y chiles. En otras temporadas se han sembrado tomates, calabazas y repollos, verduras que han servido de alimento para todo aquel que se encuentra de paso.

Aunque este proyecto lleva poco más de una década, don Arturo ha enfrentado diferentes retos para seguir ayudando a la comunidad, por lo que la cosecha a veces es buena y otras veces no. Inició este proyecto por su cuenta y ha contribuido con sus propios recursos y trabajo. Sus saberes para preparar la tierra vienen de una larga tradición familiar.

Originario de Durango, Arturo es hijo de campesinos quienes le transmitieron los conocimientos de la agricultura. Relata que en su lugar de origen era maestro, pero su profesión no era bien retribuida, por lo que emigró a Estados Unidos a trabajar como jornalero agrícola.

Ya en Juárez puso un negocio de herrería. Pero fue en el huerto donde encontró una manera de hacer comunidad y, a la vez, sentirse conectado con su pasado.

Vecinas del sector reciben parte de la cosecha

Don Arturo trabaja la tierra en el centro comunitario todos los días desde las 5:00 hasta las 8:00 de la mañana. Además riega todos los árboles del lugar.

“Este huerto ya lleva como 12 años aquí. Han venido y pasado presidentes pero yo no recibo apoyo ni nada. Aquí vengo para desaburrirme, porque tengo un taller de herrería. Todo lo que se cosecha aquí se lo doy a la gente que pasa y me pide”, narra Arturo.

Arturo organiza sus recuerdos por épocas presidenciales. Recuerda que después de la administración municipal de Enrique Serrano Escobar (2013-2016) instalaron el sistema de riego por goteo, la primera y única ayuda desde el gobierno a este proyecto.

Durante los cinco años que Armando Cabada Alvídrez estuvo al frente de la presidencia municipal (2016-2021), el huerto y el arbolado del centro pagaron las consecuencias. Los administradores del centro comunitario, en ese entonces, no permitían que las actividades comunitarias se llevaran a cabo.

Recuerda que les cerraban las puertas, les ponían horarios y les limitaban el alumbrado público. Eso ocasionó un deterioro en las instalaciones del centro, de su arbolado y el huerto.

Arturo sabía que la única manera de recuperar el huerto era reapropiarse de él. Por eso siempre hizo frente a las negativas y retos de los administradores anteriores.

En la actual administración sigue sin recibir apoyo financiero para el huerto urbano, pero reconoce que los administradores siempre lo han dejado trabajar la tierra y continuar con su labor comunitaria. Lleva una buena relación con los encargados del centro, quienes también han tenido el gusto de llevarse un poco de la cosecha.

Y es que Arturo no pide ayuda ni reconocimiento de nadie. Es tajante y poco flexible en su posición: las personas deben hacerse cargo de sus espacios públicos. Su sueño es que la comunidad se una a mejorar su entorno, con actividades como la limpieza y el riego.

De sus bolsillos sale la gasolina cuando acude a los kilómetros en busca de abono para hacer que la tierra del lugar esté nutrida. También compra insecticida para combatir plagas como el pulgón.

La labor social de Arturo se traduce en las salsas, ensaladas y guisados con ingredientes del huerto, pero sobre todo en procesos de memoria, saberes y el sentido de comunidad.

Con el huerto escolar, fomentan habilidades para la vida 

Es febrero y los remanentes del frío invierno aún no ceden. La maestra Laura Flores y el maestro Felipe Arreola saben que es la época indicada para la siembra de sandías y calabazas que servirán para alimentar con sus frutos a casi 60 adolescentes en situación de vulnerabilidad social que acuden a tomar clases de primaria y secundaria abierta en una traila acondicionada por la asociación civil Centro de Asesoría y Promoción Juvenil (CASA), en la colonia Parajes de San Isidro, al suroriente.

El objetivo del huerto escolar, impulsado por los profesores de ese centro educativo, va más allá de sembrar y cosechar. Es un programa integral que busca desarrollar en los adolescentes el sentido de la paciencia, esfuerzo y el trabajo, dice Laura, profesora del centro desde hace tres años.

Huerto urbano de CASA Promoción Juvenil

Este pequeño huerto escolar con un gran sentido social busca ir en contra de la inmediatez, la comodidad, las grandes corporaciones y la disociación con la madre tierra, dice Felipe, un joven maestro de arte urbano que atiende a la población escolar del centro.

“Es muy importante que los chavos conozcan el mundo, porque en estos tiempos estamos atrapados en los medios y en las redes y nos perdemos de la riqueza de la naturaleza. Muchos ven las frutas y verduras como un producto fácil, como si se produjera en una fábrica, y no se dan cuenta de que es trabajo de la tierra y que la naturaleza nos da todo”, dice.

Felipe, la maestra Laura y 20 alumnos trabajan cada viernes en su huerto escolar, con pala y pico en mano. Excavan 50 centímetros de un terreno de seis por seis metros, para comenzar a preparar la tierra y cribarla.

Felipe Arreola, maestro de arte en CASA

Pero la tierra carece de nutrientes, por lo que Felipe y sus estudiantes van al Valle de Juárez a llenar la caja de su camioneta con tierra de las parcelas y estiércol en las granjas de San Isidro y el Sauzal. Lejos de ser una actividad rechazada por los estudiantes, debido al gran esfuerzo físico que exige, es casi un premio que el profesor los elija para ir por la tierra que nutre al huerto escolar.

Cinco cajas de camioneta llenas de tierra y dos más de estiércol bastan para fortalecer el terreno de su huerto. Ahí siembran semillas de calabaza, sandía, pepino y chile, pero sólo prosperan los primeros dos. Es parte del aprendizaje, comenta la maestra Laura. Estarán listos para que la siguiente temporada no falle el pepino ni el chile.

Día a día, el profesor Felipe y los jóvenes que asisten a tomar sus clases visitan su huerto con la esperanza de ver aunque sea un retoño. Con el paso del tiempo, las plantas crecen y se fortalecen hasta llegar el día en el que nace la primera calabaza. Entonces los ojos del profe Felipe y sus alumnos se iluminan.

Con las flores de calabaza hacen quesadillas y las sandías son su postre todos los días después de la comida que les da la organización CASA. Las sandías, aunque pequeñas, son de lo más dulces que han probado los estudiantes. Son productos orgánicos, de calidad y sin una sola gota de pesticida.

Laura comenta que se busca que el proyecto de huertos sea replicado en las familias de los estudiantes que acuden al centro para disminuir las consecuencias como la contaminación y el consumismo de la agricultura extensiva.

“La agricultura extensiva usa muchos volúmenes de agua, se utilizan pesticidas y fertilizantes, llegando a afectar incluso a las abejas. Es toda una cadena de situaciones que se van dando. Si logramos fomentar que las familias tengan sus huertos en casa, vamos a dejar de consumir tanto y vamos a estar ayudando a nuestro planeta”, considera.

En la agricultura extensiva se ocupa el 70 por ciento del agua que se extrae en el mundo, de acuerdo con datos del Banco Mundial.

En esta primera etapa, la comunidad escolar de CASA pasó por algunos obstáculos, pues los frutos eran cortados de manera prematura por algunos vecinos del sector. Sin embargo, otros se sumaron al riego y cuidado del huerto que hasta este momento sigue dando sandías. En la siguiente etapa, los alumnos van a sembrar pepino, zanahoria y rábanos.

“Aparte de los frutos, la sandía y las calabazas, hemos tenido muchos frutos con los muchachos en aptitud. Han aprendido a trabajar en equipo y el valor de la paciencia”, dice orgullosa la maestra Laura.

La mayoría de los estudiantes que trabajaron en el huerto escolar por más de seis meses, terminaron sus estudios de secundaria abierta. Ahora, con los valores fomentados a través del trabajo en equipo, han emprendido un nuevo camino hacía sus estudios de preparatoria.

Los nuevos estudiantes de la asociación civil obtendrán los conocimientos técnicos y valores de la siembra en la clase ‘habilidades para la vida’, que imparte la maestra Laura, quien aprendió a cultivar gracias a sus padres.

Mientras, el huerto urbano escolar de CASA seguirá creciendo, dando frutos y alimentando el cuerpo y el alma de sus estudiantes.

Maestra Laura Flores

Los invernaderos de la Tenda di Cristo, únicos en su tipo 

La asociación civil ‘La Tenda di Cristo’, fundada en el año 2000 en el suroriente de Ciudad Juárez, es uno de los enclaves de asistencia social más importantes de esta zona de la ciudad. Sus diversos programas y proyectos brindan atención integral a personas que viven con VIH en su fase terminal, así como a mujeres y jóvenes en proceso de reinserción social.

Talleres, atención social y psicológica, capacitaciones en peluquería, barbería y panadería, son solo algunas de las atenciones que brindan voluntarios, trabajadores, administradores y el director de la Tenda di Cristo.

Es en este espacio en donde nace también uno de los proyectos de invernaderos y huertos más innovadores en la ciudad. Con el objetivo de alimentar a los huéspedes de la Tenda, en un proceso de autonomía alimentaria, en 2015 comenzaron con un pequeño invernadero construido con materiales reciclados.

Huerto de la Tenda di Cristo

Hoy la Tenda tiene tres invernaderos, uno de ellos con una superficie de 300 metros cuadrados. Davide Dalla Pozza, director de la asociación civil, dice que este último cuenta con un sistema completamente hidropónico, ampliamente utilizado en zonas desérticas de España e Israel.

En estos invernaderos se cultivan distintas hortalizas, lechuga, albahaca, higos y plantas de ornato.

El proyecto de huertos urbanos e invernaderos de la Tenda di Cristo es liderado por la bióloga Alejandra Villagrana, en compañía de tres jóvenes becados por el programa de ‘Jóvenes Construyendo el Futuro’.

Alejandra se encarga de toda la parte técnica de reproducción y cultivo de plantas, el control de la humedad relativa y los procesos químicos.

En uno de los invernaderos hay suculentas y otras plantas de ornato. En este se aplican distintas técnicas de reproducción de plantas. Durante la época de otoño-invierno se sembrarán cebollas, ajos, espinacas, acelgas y arúgula.

“Desde aquí nosotros hacemos la tierra, con la composta hacemos que la tierra sea fértil; nosotros la cultivamos y está libre de pesticidas y otros químicos que afectan los alimentos, es un proyecto completamente sustentable”, narra Alejandra.

Junto al invernadero más grande se encuentra una gran extensión de tierra destinada a la composta que sirve para nutrir los cultivos. Dentro del invernadero experimentan con otras técnicas, como la lombricomposta con la que se crea un fertilizante natural.

Los productos de este invernadero responden a la lógica de ‘kilómetro cero’, cuenta Davide, quien recientemente fundó un restaurante italiano único en su tipo en la zona suroriente de Ciudad Juárez.

‘Mangiarte, Cocina Colectiva’ es el restaurante en donde se sirven pizzas, pastas, ensaladas, baguettes y pinsas (otro platillo italiano) con ingredientes frescos de los invernaderos de la Tenda di Cristo.

No solo se trata de un restaurante, sino de un proyecto que emplea y capacita a poblaciones vulnerables socialmente, tanto a mujeres y hombres como a jóvenes en proceso de reinserción.

El proyecto arrancó apenas hace un mes, después de la restauración de un terreno ubicado en la colonia San Francisco. Davide está convencido de que tendrá éxito y que de ahí también se podrán recabar fondos para la comunidad de la Tenda di Cristo.

Mantener en funcionamiento los invernaderos y huertos requiere nociones de agronomía, química y biología. Alejandra se ha dado a la tarea de sacar el conocimiento de una zona privilegiada, pues en muchas ocasiones solo llega a determinados grupos sociales.

Es por ello, que a partir de todo lo aprendido en este proceso de construcción de huertos e invernaderos, desde la Tenda se impulsan talleres dirigidos a la población del suroriente.

Este lunes arrancó un taller de hidroponia para jóvenes del Centro de Reinserción Social para Adolescentes Infractores (Cersai) y todos los viernes por la mañana se imparte un taller de huertos urbanos para la comunidad en las instalaciones de la Tenda.

“La ciencia a veces se vuelve elitista, nosotros llevamos talleres de manera que este tipo de ciencia sea entendible (…) trabajamos con los internos del Cersai y es muy bonito que los chicos se muestren tan curiosos y respetuosos con la naturaleza”, dice Alejandra.

Davide añade que el trabajar la tierra y tener una conexión con la naturaleza resulta terapéutico para personas que se encuentran en procesos de sanación: personas privadas de su libertad o que llevan un tratamiento psiquiátrico encuentran calma en esta actividad.

Alejandra Villagrana, bióloga en la Tenda di Cristo

Los invernaderos y huertos de la Tenda di Cristo tienen un gran sentido social para la comunidad del suroriente. La situación económica de la población hace que este tipo de proyectos se conviertan en posibles soluciones y la organización les acerca este tipo de conocimientos, considera Davide.

“Yo creo que es sumamente importante que se le dé el valor a este tipo de proyecto, sobre todo socialmente, porque se trabaja en comunidad. Cuando uno trabaja en comunidad se curan esas heridas sociales que se han creado en cierto tipo de personas. Es revolucionario”, destaca Alejandra.