Tras la pérdida de su hija, Leslie Molina convirtió el dolor en lucha. Desde Ciudad Juárez, impulsa espacios de atención para infancias con autismo y alza la voz por quienes enfrentan barreras de acceso a la educación y el autocuidado.
Por Jonathan Álvarez / YoCiudadano
Ciudad Juárez, Chihuahua.— Leslie Molina, de 34 años, vive en la colonia El Papalote, en el suroriente de Ciudad Juárez. Desde ahí, encabeza un esfuerzo comunitario para transformar un kínder abandonado en un centro de atención para infancias con autismo y sus cuidadoras.
De carácter firme y sonrisa constante, Leslie ha alzado la voz para evidenciar la falta de espacios dedicados a la neurodivergencia en su comunidad. Su trayectoria está marcada por experiencias que forjaron su sensibilidad ante la injusticia y la impulsaron a trabajar por el bienestar infantil en zonas vulnerables.
Fundó la asociación civil Somos Autistas, a través de la cual gestiona diagnósticos, terapias y apoyo a cuidadoras.
La historia de Leslie también es una de migración. Nació en la Ciudad de México y ha vivido en Veracruz y Oaxaca. A los 14 años, su madre emigró a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades para la familia.
Desde entonces, no han podido reencontrarse, pero el amor que las une ha resistido la distancia. Leslie asegura que su madre le enseñó a ser fuerte y a no temerle a los desafíos, una lección que guía su lucha diaria.
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La niña arcoíris: transformar el duelo en causa
A las tres de la madrugada, en la oscuridad de su casa, Leslie Molina se aferraba a la puerta del baño mientras daba a luz a Viviana. El Hospital de la Mujer se negó a atenderla, obligándola a enfrentar un parto complicado y solitario.
Su embarazo ya había sido difícil, y al nacer, Viviana presentó graves problemas de salud. Pasó semanas internada en el Hospital Infantil, sometida a múltiples cirugías. Fue entonces cuando Leslie comenzó a percibir el sufrimiento ajeno con una intensidad nueva. “Se hizo muy sensible a ver a un niño en peligro”, recuerda su esposo, Eder Villalobos.
Durante la hospitalización de Viviana, Leslie y su familia pasaron días enteros en el hospital. Dormían en los pasillos, comían ahí mismo, sin recursos para trasladarse a casa. En ese tiempo, vio de cerca las carencias del sistema de salud y los malos tratos del personal.
“Mi primera lucha fue en ese hospital, para que los bebés recibieran un trato digno. Una enfermera los maltrataba, les gritaba. Hablé con otros padres y nos manifestamos”, relata.
Viviana nunca pudo ser amamantada debido a sus problemas de salud, pero Leslie notó que muchos otros bebés tampoco recibían leche porque nadie los visitaba y el hospital carecía de suministros suficientes.
“Amamanté a bebés ahí. Doné toda la leche que mi hija nunca pudo probar”, dice.
Viviana falleció el 9 de abril de 2014. Sus cenizas acompañan a Leslie hasta hoy. Con su partida, una parte de ella se apagó, pero al mismo tiempo, nació la convicción de alzar la voz contra las injusticias colectivas.
Leslie dice que Rubí, quien nació un año después, tiene los mismos ojos que Viviana. La llama su niña arcoíris, la luz que llegó tras la tormenta del duelo.
Desde pequeña, Rubí mostraba señales distintas. No caminó ni habló al mismo tiempo que otras infancias y tenía un carácter particular. Se resistía a dormir si su cama o su cobija tenían arrugas. Con el tiempo, recibió su diagnóstico de autismo.
A partir de entonces, Leslie y su esposo, Eder, se volcaron en aprender todo sobre la condición de su hija.
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Por esos años, Leslie vivía en la colonia Portal del Roble, donde fundó un pequeño comedor comunitario para niñas y niños. Veía de cerca la necesidad de espacios de cuidado, pues muchas familias trabajaban largas jornadas en la maquila.
Llegó a recibir entre 45 y 80 infancias que acudían a su casa a comer o participar en actividades lúdicas. Sin embargo, los recursos eran escasos, al punto de que, en ocasiones, faltó comida incluso para su propia familia.
El espíritu de ayuda se contagió a sus hijas. Convirtieron su hogar en un espacio de belleza donde atendían a novias y quinceañeras, ofreciéndoles maquillaje gratuito o a bajo costo.
En 2019, Leslie se ofreció como voluntaria en un comedor comunitario gestionado por una asociación civil, donde también alimentaba a sus hijas. Durante ese tiempo, cocinó a diario para los niños del recinto.
Entre 2019 y 2020, la violencia en Portal del Roble la obligó a mudarse a la colonia El Papalote.Tres años después, consolidó su labor con Somos Autistas.
Educar desde la libertad
Para Leslie, fundar su organización fue un sueño cumplido, pero también el primer paso para crear un espacio seguro para infancias con neurodivergencias y sus cuidadores.
A través de Somos Autistas, busca garantizar diagnósticos tempranos, gestionar terapias con especialistas y ofrecer actividades lúdicas y de contención emocional.
Por ahora, las actividades se llevan a cabo en el patio de su casa, en la colonia El Papalote. Por eso, desde el año pasado, ha impulsado la rehabilitación de un kínder en desuso en su comunidad.
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Para obtener el acta constitutiva de la organización, aprovechó los espacios de campaña de candidatos en busca de cargos públicos.
“Los agarré con el micrófono abierto y les estuve dando carrilla para que me ayudaran con el acta. Soy muy persistente, y aunque mis ideas suenen descabelladas, siempre encuentro el camino”, dice.
Esa misma persistencia la llevó, en agosto de 2024, a buscar a la entonces presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, para entregarle una agenda ciudadana en la que trabajó durante seis meses junto a otras madres cuidadoras.
El documento, que fue firmado por la actual presidenta, expone la urgencia de seguridad social para madres cuidadoras, la falta de escuelas inclusivas y la necesidad de centros de diagnóstico, terapia y atención médica para personas con discapacidad.
“Fue un impulso enorme. En Juárez, hay una brecha muy grande para acceder a la atención médica, a un neurólogo o un diagnóstico temprano. La eliminación de la discriminación es algo que se tiene que lograr”, señala.
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Aunque Leslie ha logrado que su voz resuene en distintas instancias de gobierno, para ella, lo más valioso es el ejemplo que deja a sus hijas: la certeza de que pueden luchar por sus sueños y vivir en libertad.
“Mis hijas me dicen: ‘Mamá, quiero ser como tú, porque nunca te rindes y siempre logras lo que te propones’”, cuenta con orgullo.
Su adolescencia, antes de llegar a Juárez, estuvo marcada por estereotipos de género, represión y violencia. Hoy, se siente libre de esas cadenas y educa a sus cuatro hijas y su hijo para que también lo sean.
“Les digo que quiero que sean libres, sanos, y que sean lo que quieran… ¡pero que sean! No a medias”, concluye.