Ciudad Juárez, Chihuahua.— Hace una noche inmensa que no termina de caer sobre la mujer envuelta en negro cuando dice fuerte y de memoria: “La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos. Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo. Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones”. Y la noche no termina de caer porque hay luces como fuegos lentos y pacientes que iluminan la calle Inocente Ochoa. Ocho días atrás la noche le cayó implacable y serena a Isabel cuando una bala en su cabeza apagó su cuerpo, quieto, tendido en la banqueta de una ciudad violenta, cuerpo que ahora descansa bajo la sombra de la tierra. No toca la noche la banqueta a esta hora porque hay casi cien velas junto a la cruz rosa con el nombre de Isabel, bajo el árbol y junto a las flores blancas. La mujer de negro, toda cubierta de negro, incluso el rostro de mujer con miedo y rabia y tristeza, incluso sus manos que empuñan y alzan, de negro toda, sigue diciendo a la noche y a quienes están bajo la noche para dejar una vela, los versos de Alejandra Pizarnik: “Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo. La noche tiene la forma de un grito de lobo. Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento. Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma”.
El reclamo de justicia para Isabel toma las calles y la noche
- Autor Miguel Silerio
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