julio 2, 2024
Cultura Sociedad

La poeta que escribía en las paredes

 

Por Miguel Silerio / YoCiudadano

Ciudad Juárez, Chihuahua.— Arminé Arjona Baca pasea en la mano un cigarro que no enciende. Lo lleva entre dos dedos y lo agita en el aire, como dirigiendo una orquesta, mientras responde preguntas con poemas que recita de memoria, con los ojos cerrados y la voz entrecortada. Lleva un gorro de Tomy, el gato que regularmente acababa sin cabeza o destripado por el ratón Daly en Los Simpson. Hace unos minutos escuchaba a todo volumen un concierto de Led Zeppelin en su televisión, mientras escribía versos con marcadores de colores en palitos de paleta.

Está acostada en una cama hospitalaria adecuada a su cuarto, lleno de libros, dibujos, fotografías y medicinas. Sobre una cruz de madera en la pared hay un Cristo de alambre, una figura de Krusty el payaso y un gato que se asoma al vacío. Pegado en un librero, un dibujo a pluma de ‘La llorona’ de Lhasa de Sela. Desde hace meses no puede pararse, afectada por una vieja lesión en la rodilla.

Arminé cambia de tema rápidamente, con respuestas largas, arrastra sus palabras entre anécdotas y versos proverbiales. Habla de ZZ Top y Santana, de sus textos inconclusos, de su infancia y de la ambivalente relación con su madre, de las drogas, el feminismo, la muerte, la poesía y el amor.

Es la historia que cuenta sobre sí misma Arminé Arjona Baca, la poeta que escribía en las paredes, la de los dichos populares convertidos en versos contra la calamidad militarista y la violencia feminicida. La del humor ácido y la crítica punzante, casi una gurú de la literatura juarense.

“Mi infancia fue muy divertida, muy rica, fui un desmadre (todavía soy) y estaba loca. Era la que orquestaba el mal. Muy traviesa. Mi mamá tenía un presupuesto mensual para pagar los daños de mis travesuras”.

Fue una lectora precoz: escribía cuentos y cuando se acababa los libros, leía el directorio telefónico. Creció en un hogar que incentivaba su creatividad, que le promovía la lectura, la escritura y el juego. Su madre le inculcó el gusto por la literatura, el teatro, el cine, la música. Eran asistentes frecuentes a puestas de escena, conciertos y ballet.

“Mi mamá escribía y tuvo un círculo de personas muy interesante. Conoció a García Márquez, a Max Aub, a León Felipe, a Pilar Rioja. Francisco Rojo, el hermano de Vicente Rojo, era amigo de su papá. Y mi papá tenía una fundidora de piezas para la industria. Me acuerdo del acero al rojo vivo”.

Aunque nació en Juárez, Arminé pasó la mayor parte de su niñez en la Ciudad de México, un lugar al que ama y en donde aún vive parte de su familia. Volvió a la frontera a los 10 años.

“Tengo el humor y el sarcasmo de mi mamá, que tenía el bagaje de los dichos de mi abuela y de los españoles. Tenía un gran talento para poner apodos, era muy original para lo que decía. Tenía un vocabulario muy amplio. Hasta sus regaños eran divertidos”.

Su madre volvió a Juárez para casarse con un primo-hermano tres años menor que ella. Antonio tenía 32 y ella 35. Una relación que no cayó bien en la familia y que los empujó de regreso, lejos de la Ciudad de México donde Arminé crecía como una niña traviesa, aficionada a la lectura.

“Antonio fue divino con nosotras, nos defendía de mi mamá, estaban enamoradísimos. Pero él tenía leucemia, y se murió al año y medio. Mi mamá nunca le perdonó a la vida ese chingazo. Y entiendo sus razones”.

Aunque los recuerdos de su infancia son amables y la influencia de su madre un factor definitivo en su gusto por las artes, también habla de los momentos oscuros, de la violencia que la marcó y le tomó décadas perdonar. “Mi mamá fue una persona que ejerció mucha violencia física y psicológica, pero nunca me quejé por falta de amor. Sería muy injusto, muy estúpido decir que mi mamá no me quiso, a pesar de su violencia y de sus malos momentos”, dice Arminé.

La relación de Arminé con su madre es retratada en la obra Jane (2014), de la dramaturga y directora juarense Jissel Arroyo, a quien la poeta considera su hermana. Arminé cuenta que conoció a Jissel luego de ver otra de sus obras, Estela Luna (2000), una puesta en escena original basada en textos de Fernando Pessoa, que relata el abuso de un padre hacia su hija.

Aunque aclara que nunca sufrió un abuso como el que se expone en Estela Luna, la obra le impactó de tal manera que se apuró a buscar pluma y papel para “vomitar el dolor” y escribir sobre su pasado “rememorando chingadazos”.

“Me hizo ver que mi mamá estaba muy enferma. Yo había tomado terapia y había hablado de eso con algunas personas, pero había todavía algo de caquita adentro de mi alma”.

Por otro lado, Arminé destaca que Jane también rescata memorias agradables de su infancia, como su gusto por la lectura y los cuentos que escribía.

“A mi mamá llegué a perdonarla, pero ese momento fue el cierre total de ese dolor y ese capítulo. Acabó y le doy las gracias a Jissel por esa ayuda”.

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¿Por qué escribías en las bardas?

Las bardas son un pizarronzote para expresar y llegar a más gente. Esa siempre fue la idea. He comprobado que la gente recuerda las frases y no las plaquea, las respeta. Hay algunas que todavía sobreviven por ahí. Las bardas son el mejor pizarrón, puedes hacer que la gente se ría, puedes hacerla pensar.

¿Por qué te quedaste en Ciudad Juárez?

Si no me hubiera jodido la pata creo que no estuviera aquí, lo he dicho varias veces. Sí amo a Juárez, tengo un amor más que obvio, pero creo que no estaría aquí. Yo quería ser médica rural, trabajar con los tarahumaras. Pero me jodí la pata y ya no me pude quedar en la sierra. Hice mi servicio allá y me pudo muchísimo tener que regresar.

La última vez que fui no pude llegar a la ciénaga donde estaba antes, porque me resfrié y me quedé en Guachochi. Pero tras 32 años hubieron personas que se dejaron venir de otros municipios para verme. Eso fue para mí muy emotivo, porque aún me recordaban y yo nunca los olvidé. Aquí los tengo en mi corazón.

¿Fumas mucho? ¿Cómo es tu relación con las drogas?

Ya fumo menos, pero sí fumo. Antes la mota me encantaba, pero ahora ya no. Me da munchies y no me puedo mover. Tengo planeado un libro de cuentos que se va a llamar ‘Loquera y lo que fui’, basado en anécdotas. Un amigo me preguntaba ‘¿Pura mota, Arminé?’ No, está surtido (ríe).

Verde que se puede verde

verde viento, verde montaña

dentro del marco legal, quitemos las telarañas

claramente sin censura podemos utilizarla

medicina, aceite, ropa, papel pliego, tela basta

verde que se puede verde

en un sensible mañana

las mentes están cambiando

podemos legalizarla

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A los 21 años, un accidente de esquí en Ruidoso, Nuevo México, inauguró el largo periplo de Arminé por salas de cirugía, que culminó aquí, en su propia cama de hospital adentro de su cuarto.

La historia de su rodilla, de su “pata jodida“, es una de malos diagnósticos y negligencias médicas, de inyecciones de cortisona, más de 20 cirugías y porosidad en los huesos. A la rotura de ligamentos y meniscos que sufrió se la llama la triada desgraciada (la triada miserable, dice Arminé entre risas).

“Yo les he dicho: córtenme la pata, a mí no me importa. No puedo estar de pie. Antes andaba con bastón y todo, a pesar de tantas cirugías, pero sí me movía. Ahora tengo además muy sensible por una infección”, explica.

Faltaban pocas semanas para que terminara el ciclo escolar, y Arminé no permitiría que la gravedad de su lesión le impidiera concluirlo. Su gran anhelo era el de ser médica rural, quedarse en la Sierra Tarahumara y casi no venir a la ciudad. Fue ahí donde hizo su servicio social y cultivó su relación con el pueblo rarámuri.

“Me gané a la comunidad. Me honró mucho y aprendí mucho de ellos, de su filosofía de vida. Fue riquísimo: se ponían a bailar y yo me ponía a bailar, se quedaban callados y yo me quedaba callada. No conseguía libros pero hicimos un vocabulario común. Para mí fue mi año luz, el año en que aprendí más cosas de la vida”.

Arminé, que encaminó su profesión a la práctica de la acupuntura, trabajó también en la clínica Paso del Norte, en la avenida 16 de Septiembre y Panamá, con el polémico doctor estadounidense Herbert Ray Evers. En la segunda mitad del siglo pasado, Evers desarrolló procedimientos de medicina holística (tratamientos para lo físico, mental y espiritual), fue uno de los pioneros de la terapia de quelación y también fue vedado de ejercer la medicina en Estados Unidos.

Tras el cierre de sus clínicas en Alabama y la cancelación de su licencia médica en 1986, Evers trasladó su práctica a Ciudad Juárez. Murió en El Paso en 1990. Para Arminé, sin embargo, fue un “medicazo” acosado por las autoridades estadounidenses y defendido por sus pacientes, que provenían principalmente de Estados Unidos y Canadá.

“Otros médicos se burlaban de nosotros, decían que lo que hacíamos era una charlatanería. Pero yo veía cómo los pacientes volvían y que estaban tan agradecidos”, dice.

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¿Te consideras feminista?

No, me considero más terrícola. Me cagan los feminismos rabiosos, los que no toleran a otros, que ven a todos como el enemigo. Aboco por la defensa de las mujeres, porque estamos en posiciones de desventaja. Sigue habiendo mucho odio, mucha misoginia en todas partes, lo ves en todos lados. Pero no me pongo en el papel de víctima. Le echo caca a la pitocracia, pero no me puedo radicalizar tanto.

Yo creo que la clave es la educación. Tampoco digo que aquí traigo la fórmula para la paz, pero sí de conservar un poco la memoria y, dentro del dolor, que todos nos veamos y podamos rescatarnos un poquito.

¿Te has sentido abandonada por las instituciones?

No estoy atenida a las instituciones. Han habido otras vertientes. He estado en muchas antologías y he encontrado gente que estudia mi trabajo. Me incluyeron en un libro de Cambridge sobre literatura femenina hispanoamericana, y dices ‘¡ay wey!’. A pesar de que yo no meto mucho trabajo por internet y ese rollo, mi trabajo ha ido caminando. A pesar de que yo no toco muchas puertas (soy muy muppet para eso).

En su debido momento me han apoyado (las instituciones) para ir a encuentros. Sí he tendido apoyos —no así que digas ‘la consentida de todos’, pero sí me han apoyado—, no puedo negarlo. Sería una mamada decir ‘no, nunca me han pelado’ y hacer un drama. Sería muy mamón de mi parte. Una no debe estar esperanzada a que las instituciones la salven. Ahora se han abierto caminos para las editoriales, he visto plaquettes bien lindas, como lo que hace Buffalo Press. ¡Qué bonito trabajo! ¡qué cuidado! ¡qué amor!

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Arminé escribe sobre la caza furtiva, sobre Ruanda, sobre las Torres Gemelas, sobre Bush y Putin, el Pizzagate, la pedofilia y el camino tortuoso de las migraciones. Aunque su trabajo es conocido principalmente por poner el dedo en la violencia feminicida y la militarización, su cuarto está lleno de cuadernos con poemas y dibujos inéditos, que exploran temas diversos y viajan a ciudades lejanas, lugares que describe desde su cama en Ciudad Juárez.

“Mucha gente cree que mi mirada solo es local, que solo habló de las mujeres, pero lo que pasa ese que yo aprovecho los foros para hablar de varias cosas. Tengo mucho trabajo que está inédito, pero solo han visto ciertas cosas. Tengo poemas sobre el mundo, sobre historias que me cuenta la gente o cosas que leo en el periódico”.

Tiene dos novelas inconclusas: Radiante, sobre el desastre nuclear del Cobalto 60, y en un cuaderno que no encuentra hay cuatro capítulos de La espesura del silencio, sobre un “pueblo amnésico” donde los contrabandistas de alcohol se convierten en parte de una clase alta poderosa y violenta.

Arminé escribe sobre las personas desaparecidas, sobre sus familias que les buscan, sobre Nueva Orleans y sobre las drogas y una isla en la que solos viven perros. Sobre los pobres del mundo y los asquerosamente ricos. “Me duele el mundo. O no me duele el mundo: me duele lo inmundo. Quería hacer un poema sobre una revista como Forbes, pero que fuera la revista Porbes; como la lista que sacan de los 500 más ricos del mundo, quisiera hacer una lista de los 500 más pobres. Pero está reñidísimo, ese es el pedo.”

Arminé escribe también sobre Rachel Corrie, la activista estadounidense asesinada en la Franja de Gaza en 2003, arrollada por un bulldozer del ejercito israelí, y las fotografías que registraron la cronología brutal de su muerte. Dice que la secuencia fotográfica en la que la activista de 23 años se planta frente a la maquinaria y es aplastada por ella —la chaqueta de seguridad anaranjada, sus compañeros que intentan salvarla, sus piernas torcidas, la sangre y la tierra que salen de su boca y su nariz— la hizo llorar y escribir y guardar en su memoria las que fueron sus últimas palabras: “My back is broken”.

Mi columna está rota, musitaste

esas fueron tus últimas palabras

La columna del humano cede rota

La columna del humano sede rota

La columna del humano se derrota

***

¿Y el amor?

Tengo poemas de amor, no crean que no (ríe). He sido muy afortunada. He tenido mucho amor. También una relación muy nefasta, pero tenía que aprender. Y me tuve que resarcir también. Yo no puedo decir que no tuve amor, he tenido mucho y de muchas vertientes, y eso es muy rico y creo que se nota.

Pareja ahorita no tengo, ya tengo rato que no, pero tampoco me doy de chicotazos. Tuve una pareja que quise mucho y se fue con otra persona y ese fue el quiebre mas cabrón que he tenido. Tuve muchas parejas y ha sido muy rico, porque aprendes. Estuve con alguien ocho años, pensé que íbamos a estar juntas de por vida, pero no fue así.

¿Piensas en la muerte?

La he visto cerquita, pero no tengo miedo. Al contrario, he escrito mucho. Murió Catrina (la artista plástica Cecilia Briones, el pasado 8 de noviembre), una amiga. Y escribí un poema y no se lo mandé porque dije ‘quién sabe qué piense’, porque hablo de la muerte, hablo de desdibujarse, de cómo la vida nos va borrando. Todo se apaga en esta vida.

Mi vida ha sido muy rica y desde hace rato lo he dicho: he tenido una vida tan intensa, tan chingona, que no tengo miedo a que se acabe. Morirte es parte del proceso. Es más importante pensar en lo que has sembrado, lo que has dejado. En esta vida: dar y caminar. Pienso que es otro tipo de renacimiento y a lo mejor voy a encontrar a todos mis compas que ya se fueron, como un reencuentro, como un reciclado. Quizás, no sé. Y lee un último poema:

La vida nos desdibuja, la vida nos va borrando

Caronte, en el horizonte, un lienzo va preparando

Ya hasta creo que el infierno tan temido

Debe ser un paisaje colorido

Quizá pueda percibir que los horrores

Vienen con un surtido de colores

Tanto puede indagar mi paleta

Si un diablillo me juega alguna treta

No me importa si la vida me clausura

Seguiré con mis clases de pintura

Y concluye entre risas:

En el infierno, ¿no?