junio 8, 2025

Esperanza encontró en Ciudad Juárez un refugio para comenzar de nuevo

Ciudad Juárez, Chihuahua.— Los primeros rayos del sol en la frontera norte de México despiertan diariamente a Esperanza, una mujer salvadoreña que desde hace dos años vive junto a su esposo en Ciudad Juárez, Chihuahua. Ambos son solicitantes de refugio. Ella madruga para atender un austero puesto de jugos naturales y licuados que improvisó en la fachada de su casa; él es guardia de seguridad en una empresa maquiladora. Esperanza, cuyo nombre se reserva para proteger su identidad, tiene 49 años, un carácter fuerte y una gran visión para los negocios. Ella misma lo reconoce cuando narra la historia que ahora la tiene viviendo a más de tres mil kilómetros de distancia de su lugar de origen.  Un pequeño abanico mitiga el calor del desierto que inunda la sala de Esperanza. Ella se sienta en un sillón frente a la entrada de su casa. Desde ese lugar puede observar si algún cliente llega al puesto a pedir un litro de jugo de naranja recién exprimido. “El problema comenzó en 2016”, dice Esperanza. En San Salvador, de donde proviene, la pareja tenía un negocio estable y próspero dentro de una zona considerablemente segura, algo que les transmitía tranquilidad. Esa sensación terminó cuando una mañana ocurrió un asesinato muy cerca de donde se encontraba su local. Aunque ambos temían que la inseguridad se incrementaran en la zona, siguieron invirtiendo en su empresa. No pasó mucho tiempo para que Esperanza recibiera una llamada que lo cambiaría todo: una pandilla le exigió que entregara su negocio o abandonara la ciudad.  “A nosotros nunca nos habían extorsionado. Tengo muchas amistades que tienen su negocio y pagan su extorsión semanal. Tienes que aprender a vivir con eso del día a día. Si mataron a alguien en tus pies, tú te tienes que voltear y limpiarte la sangre, llega la policía y tú no sabes nada”, lamenta. Tras mucho pensarlo optaron por “malvender” su casa, sus pertenencias y el negocio. También pusieron una denuncia ante las autoridades salvadoreñas. Durante los dos años siguientes vivieron con un perfil bajo, pues temían ser encontrados por sus agresores.  En 2018 la familia dejó la capital del país y escogió un poblado para establecerse. Esto significaba comenzar desde cero, pero en un lugar seguro y donde nadie los reconocería. Sin embargo, sus agresores los encontraron. A mediados de noviembre del mismo año, ya cuando Esperanza había iniciado un negocio de comida y tenía un nuevo hogar, la misma pandilla que los había  amenazado los contactó nuevamente. Con más temor que la primera vez, lograron deshacerse de todas sus pertenencias y de sus mascotas, dos perros. Cuando Esperanza recuerda cómo fue el despedirse de sus mascotas, su voz se quiebra y comienza a llorar. “El 27 llegaron unas personas conocidas por ellos. Cuando salieron los perros de la casa, yo sabía que no íbamos a poder regresar, ya no”, dice. Al día siguiente subieron a un autobús con 700 dólares, sus únicos ahorros, y “ahí empezó la travesía de nosotros”.

Esperanza madruga diariamente para atender su puesto de jugos y licuados / Foto: Favia Lucero

‘Cuando un país le abre las puertas a un refugiado, le está salvando la vida’

Hoy se conmemora el Día Mundial del Refugiado, una fecha para honrar a las personas refugiadas y desplazadas de todo el mundo, así como para reconocer la valentía y determinación de quienes por situaciones de violencia o persecución tuvieron que abandonar sus lugares de origen. La ONU designó esta fecha (20 de junio) en conmemoración del 50 aniversario de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados en 1951; desde el año 2001 se celebra esta fecha.  Es la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) la que identifica y protege a las personas que requieren protección internacional para garantizar su acceso al procedimiento de asilo en México, dice Silvia Garduño, Oficial de Información Pública del ACNUR México.  Para Garduño es de suma importancia que la sociedad conozca las diferencias entre una persona refugiada y una persona migrante, ya que sus contextos y necesidades son diversas. 

“Cuando hablamos de personas refugiadas nos referimos a personas que tienen que salir de sus países, que se ven obligadas o forzadas a dejar sus países por situaciones de conflictos armados, de violencia o de persecución. Son personas que tienen que dejarlo todo porque su vida o la de sus familiares está en riesgo. Estas personas no pueden volver a su país y queda entendido que su propio país no puede protegerlas. Y generalmente una persona migrante se desplaza por buscar mejores oportunidades económicas, laborales, para mejorar el ingreso de sus familias”, aclara.

Aunque es común que tenga ambas razones para dejar su país, muchas veces las personas en movilidad no se identifican a sí mismas como refugiadas, agrega la Oficial de Información Pública del ACNUR.  Cifras de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) demuestran que desde 2018 ha incrementado la cantidad de solicitudes de reconocimiento de la condición de refugiado en el país. En 2018 recibió 29 mil 631 solicitudes y el año siguiente fue uno de los más altos, con recibir 71 mil 230. En 2020 la cantidad disminuyó a 41 mil 303 y con corte hasta el 31 de marzo de este año, se han registrado 22 mil 637. En Chihuahua van 359 tan solo en la primera mitad de 2021.

Fuente: ACNUR
Personas originarias de Honduras son las que más solicitudes han iniciado entre 2018 y 2021. Y es que de acuerdo con Garduño, este país, al igual que El Salvador y Guatemala, concentran altos índices de violencia generada por pandillas. “Estos grupos llegan a controlar territorios de manera muy importante y las personas que ahí habitan muchas veces se ven obligadas a cooperar con estas bandas de la delincuencia, porque si no, se pueden concretar las amenazas”, explica. La mayoría de las personas que solicitan refugio en México han sido víctimas de la violencia. Algunas han perdido a familiares, otras vienen huyendo con sus hijos menores de edad para evitar que sean reclutados por las pandillas, o con sus hijas, a quienes buscan alejar de las relaciones forzadas con integrantes de estos grupos criminales. “Estos perfiles los vemos de manera recurrente llegando de estos tres países, y no se diga la población LGBTTTI+, que es víctima de muchos abusos y discriminación”, añade Silvia Garduño. Además se ha observado un incremento en la población proveniente de Venezuela, Cuba y Haití, quienes mayormente ingresan por los aeropuertos del centro de México. ACNUR tiene una oficina en Ciudad Juárez que opera de manera permanente desde octubre de 2019, encargada de brindar apoyo integral a las personas en movilidad que requieran solicitar refugio. Asimismo realiza las gestiones correspondientes para acomodar a las personas en empleos formales para que puedan tener seguridad social y se asegura de que las niñas, niños y adolescentes reciban educación. Garduño reitera lo necesario que es empatizar con las personas que salen de sus países dejando atrás toda su vida: “Las personas están acá porque buscan protección; cuando un país le abre las puertas a un refugiado, le está salvando la vida, y así hay que verlo. Estamos salvando vidas”. 

Una nueva vida en la frontera

La intención de Esperanza y su marido nunca fue migrar a Estados Unidos, como lo buscan la gran mayoría de personas migrantes provenientes de Centroamérica. Ella buscaba llegar a Ciudad Juárez, pues aquí tiene un familiar que les ayudaría a establecerse.  “Mi primo nos dijo que nos viniéramos. Nos subimos a un camión y Migración nos detuvo en Huixtla (Chiapas). Pero no nos dio miedo que nos agarraran. Les comenté que teníamos un problema y nos tomaron datos. De Huixtla nos llevaron a la estación migratoria Siglo XXI, exactamente el 30 de noviembre (de 2018). Estuvimos detenidos un mes en Tapachula (frontera de México con Guatemala)”, narra. Durante ese tiempo, Esperanza y su esposo estuvieron separados por normativas de la estación migratoria y únicamente se podían ver en horarios establecidos. La desesperación se notaba en el rostro de su esposo, dice, porque le tocó ver cómo personas que habían llegado después que ellos, salían rápidamente. “Pero no podíamos volver a atrás, no podíamos. Cuando nos reuníamos, le decía a mi esposo: pase lo que pase, nos quedamos aquí; indocumentados, pero pase lo que pase aquí nos vamos a quedar”, recuerda Esperanza. El 24 de diciembre pudieron salir de la estación migratoria, ya con el acompañamiento integral de la COMAR y del ACNUR.  Entonces se les presentaba un nuevo reto: encontrar un trabajo que les diera los ingresos suficientes para subsistir. En esos días, cientos de centroamericanos habían llegado en las caravanas migrantes. Esperanza cuenta que ellos no viajaron con una caravana. La huida de su país fue tan repentina que no tuvieron tiempo de unirse a otras personas. “Mirábamos noticias pero nunca pensábamos que nosotros íbamos a ser una estadística de esas, jamás”. Ya con sus tarjetas de visitante por razones humanitarias (documento que las personas solicitantes de refugio tienen el derecho a tramitar para tener una estancia regular en el país y autorización para trabajar de manera formal) decidieron preguntar ante las autoridades migratorias si podían viajar a otra parte del país, pues les angustiaba no tener empleo y volver a ser encontrados por el grupo criminal que los amenazó.  A mediados de febrero de 2019, Esperanza y su esposo tomaron un camión rumbo a Ciudad Juárez. Llegar a esta frontera representaba para ellos la oportunidad de empezar de nuevo. Durante varios meses Esperanza acudió puntualmente a firmar a las oficinas del Instituto Nacional de Migración (procedimiento que deben cumplir todas las personas solicitantes de refugio para comprobar que su caso sigue abierto), pero los nulos avances en su caso le causaban preocupación. Al dejar Tapachula, tanto el procedimiento de Esperanza como el de su esposo fueron considerados como abandonados. Enterarse de esto detonó otra vez el sentimiento de angustia: “no era por la falta de papeles, era por pensar que nos podrían deportar”. Esperanza tuvo el acompañamiento de varias asociaciones y organismos que trabajan con personas migrantes y refugiadas, como la asociación civil local Derechos Humanos Integrales en Acción (DHIA), y la oficina del ACNUR en Juárez, que la apoyaron para resolver su situación. Actualmente Esperanza y su esposo tienen sus tarjetas de visitante por razones humanitarias, ambos trabajan y viven en una colonia del poniente de la ciudad junto a sus dos perros y unos periquitos del amor. Con una ligera sonrisa en su rostro asegura que lo que más extraña de su país es la comida típica, “toda la tierra, lo fresco, pero todo eso solo queda exactamente como una película, un pasaje que tiene que pasar de un ojo al otro, y nada más”. A Esperanza le gustaría echar raíces en Ciudad Juárez, seguir trabajando, mientras espera que su proceso de solicitud de refugio resulte positivo para en un futuro poder conocer el resto del país.

NOTA: Si requieres mayor información puedes comunicarte al teléfono gratuito 800-226-8769 o por mensaje vía WhatsApp al número 55-7005-5950. También puedes resolver tus dudas en la página de Facebook El Jaguar.