julio 3, 2024

‘Tú no encuentras al teatro, el teatro te encuentra a ti’

Ciudad Juárez, Chihuahua.— Antonio Zúñiga se considera un hombre afortunado. Y quizá tenga razones suficientes para hacerlo. El azar es una parte fundamental de la historia del ser humano; no determinante, cree, pero significativa. Cuando tenía siete años, Antonio señaló para su padre un boleto de Lotería que podría ser cualquiera, un pedacito de cartón tan ordinario como cualquiera de entre miles casi iguales, casi. Pero Antonio señaló uno diferente, un boleto ganador con el que su familia pudo comprar una casa. La suerte, supo Antonio desde pequeño, puede cambiar la vida de las personas. Un día antes de Navidad la mano de Antonio señaló un cambio en la vida de su familia. Y, sin embargo, Antonio parece un hombre resignado a vivir un mundo sin grandes cambios. No solo parece, lo dice: “el teatro no cambia ni madres”. Antonio entonces parece un hombre que dice que vive un mundo sin esperanza de cambio. Y de verdad lo parece. Pero no lo es.

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A partir de 1985 se empezó a hablar de una cohesión del teatro a lo largo de toda la franja fronteriza, desde Baja California hasta Tamaulipas, de acuerdo con la investigación ‘Dramaturgos (as) en Frontera’, de la académica de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), Susana Báez. Encontramos una generación de dramaturgos jóvenes que formaron, sin proponérselo ni establecerlo por escrito, un cuerpo literario con características específicas de lenguaje, temáticas, dramáticas y sobre todo geográficas al que se le llamó la Dramaturgia del Norte, término que se le atribuye al especialista Enrique Mijares. Escritores de los estados fronterizos empezaron a dialogar con los públicos de teatros a través del análisis, desarrollo y crítica de la realidad social y política que la condición de frontera deja, de tal forma que se volvieron tópicos abordar en escena los temas de migración, feminicidios, narcotráfico, desplazamientos, homicidios, pobreza, entre otros.

“Los autores norteños que asumen un diálogo crítico con su territorialidad, problemática, idiosincrasia, postura y preocupación social, constituyen esta dramaturgia norteña, la cual Mijares explica como un ‘archipiélago de circunstancias que han coincidido en el tiempo y en el espacio extendido de la zona Norte…’”, escribe la investigadora de la UNAM, Rocío Galicia.

En este contexto, sobre todo en la década de los 90, en Ciudad Juárez destacaron por dialogar con la realidad desde el teatro dramaturgos y dramaturgas como Joaquín Cosío, Martha Urquidi, Pilo Galindo, Guadalupe de la Mora, Manuel Talavera, Jissel Arroyo, Tomás Chacón, Micaela Solís y Antonio Zúñiga, entre otros.

¿Qué es para Antonio Zúñiga la dramaturgia del norte?

Como de 1992 al 2003 existió un foco a lo que se llamó dramaturgia del norte. Sucedió que en toda la franja fronteriza apareció una corriente motivada más por lo temático que empezó a visualizar la realidad del norte y se dio una recurrencia, desde Hugo Salcedo hasta Medardo Treviño, Pilo Galindo, por ejemplo. No fue un movimiento planeado pero se volvió una voz de la dramaturgia del norte. Teníamos una carga inmensa de sentido social desde las ventanas de lo fronterizo. Era una dramaturgia muy impulsada por la geografía. Eso fue como un boom de la dramaturgia norteña que luego se mezcló en el compósito de la dramaturgia nacional. Estas obras que mencionas, Estrellas Enterradas y El Tiradito, son de las que más afinidad emocional me incitan, lo que privaba en mí en ese momento, lo que quería era transformar el mundo y yo tuve en mi formación dos grandes maestros y los dos muy paradigmáticos de esta nueva dramaturgia mexicana que se suscitó desde 1950 hasta 1980, 30 años en los que los dramaturgos como Jesús González Dávila, Víctor Hugo Rascón Banda, Vicente Leñero, Sabina Berman, convivieron con los directores más importantes de la época y que dieron fundamento a la dramaturgia y al teatro moderno de México. El movimiento de la Casa del Lago en los años 50 transformó todas las artes de entonces. Y estos dramaturgos ahí hicieron escuela, uno de ellos Vicente Leñero, el gran dramaturgo mexicano que fundó talleres en donde vieron luz muchos dramaturgos importantes de este país, yo fui alumno de uno de esos talleres, pero primero fui alumno de Jesús González Dávila y si uno conoce un poco de la historia de la dramaturgia en México pues puede uno identificar que la dramaturgia de González Dávila está muy sustentada en el realismo, el realismo que es la interpretación de lo real, porque lo que sucede en el mundo es lo real pero lo que estructuras tú en el papel es el realismo, la transformación interpretativa de lo que vives. Y como el dramaturgo es un chismoso pues está ahí viendo la realidad. Así yo aprendí, el hambre adolescente de querer devorar el mundo, toparme con estos maestros, participar como alumno con ellos y reconocer que ese aliento de transformación se podía hacer a través de la escritura. Entonces todo ese teatro de mis primeros intentos fue un teatro que indagaba en la realidad y producía textos que buscaban incidir en la realidad. Un paradigma del maestro Leñero que nos decía: si tú quieres cambiar el mundo conoce tu propia casa. Entonces Estrellas Enterradas me encontró aquí en un momento en que estar, este lugar en el que estamos haciendo esta entrevista, el Parque Borunda, es más en esa escuela, sucedió un día que una maestra ahí se le ocurrió que las niñas deberían cargar un silbato para que si las querían levantar usaran el silbato para pedir auxilio. Fíjate ahorita mismo en este momento, en este aquí y este ahora, recuerdo como si fuera hoy ese hecho en esa escuela, fue en 1994. Empezaron a desaparecer mujeres. Se vivió una época de psicosis colectiva en la ciudad y verdaderamente se sentía en la piel, entonces si yo tenía alma de dramaturgo que estaba naciendo, pues estaba recibiendo todo de la realidad.

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Antonio Zúñiga Chaparro nació el 29 de septiembre de 1965 en Parral, Chihuahua, pero pasó su infancia entre Balleza y Guachochi, en el centro de la Sierra Madre. Allí conoció el trabajo de arado con burros, las vacas, la gastronomía, la flora, la fauna, los ríos y los riachuelos que atraviesan de Durango a Chihuahua hacia el Conchos, la vida rural y sus historias, la colectividad entrañable de la cultura rarámuri que muchos años después nutrirían obras como Luna de Pinole.   Sin embargo, llegó a Ciudad Juárez para estudiar la licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Antonio cree que tiene tres lugares de origen.

“Yo aquí viví, aquí crecí, aquí estudié. Esta es mi ciudad de origen porque, como decía Víctor Hugo Rascón Banda, uno tiene varios orígenes: uno es donde uno nace, yo nací en Parral; uno donde vive de niño, y yo viví en Guachochi; y otro donde el teatro te encuentra, y aquí me encontró el teatro”, dice sentado en una banca del Parque Borunda donde come un hotdog y recuerda, sobre todo, por qué está aquí, qué significa Juárez, por qué siempre regresa.

¿Qué es Juárez para ti?

Te lo voy a responder con una fehaciente relatoría de lo que me acaba de pasar en esta pandemia. En esta pandemia decidí seguir al pie de la letra quedarse en casa. Estuve encerrado en mi casa 148 días desde el 23 de marzo. En la soledad escribes y cocinas. En estos 4 meses yo cociné ¿y qué crees que cociné?: tortillas de harina, chile pasado con carne de puerco, chile colorado, cocido, frijoles, capirotada. Todo lo que cociné, es lo que me enseñaron mi madre y mis tías en Juárez y en Chihuahua. Esta ciudad es mi vida, aunque no viva aquí, porque sigue siendo el ente que le da sentido a mi imaginación. Rompí la cuarentena para venir a sentir el calor, los recuerdos que no dejan que el olvido se instale, porque eso es lo peor que le puede pasar a un hombre: olvidar su pasado. Y yo sé que en la perspectiva de los jóvenes eso es una falacia porque hay que estar en el aquí y en el ahora, pero también somos lo que fuimos. Te puedo decir que siento por otro lado que es una ciudad que no cambia, aunque esta lo real para cotejar porque justo ahí había un güero y ya no está y era super divertido comerse unos hotdogs con ese güero. Lo que tú tomes para escribir tiene que estar impregnado de autenticidad y nada es más auténtico que lo que sale de tu vida. Yo lo que tengo es mi propia historia y esa es la actividad del apasionado: insistir, es diferente la pasión que el deseo; el que desea ama lo que no tiene y el apasionado ama lo que tiene.

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En 1986 Antonio trabajaba en una maquiladora por las mañanas y estudiaba en la UACJ por las tardes. Tenía 21 años cuando le pidieron que iniciara su servicio social y le dieron tres opciones: futbol, la estudiantina o teatro. La única opción para Antonio fue obvia desde el principio: eligió el equipo de futbol. Pero su metro con 64 centímetros de altura fue razón suficiente para que el entrenador lo rechazara.

“Discriminado desde siempre por chaparro”, dice Antonio mientras suelta una carcajada “y eso que no sabía que era puto”.

Así que ese día fue a una obra de teatro para ver qué le podía esperar tras esa puerta que no había contemplado abrir antes nunca. Lo que halló fue lo siguiente: Esa noche el grupo de teatro de la Universidad montó la obra Alicia tal vez, de Vicente Leñero, dirigida por Octavio Trías y protagonizada por Susana Prieto, ahora abogada laboral destacada por su activismo en favor de los derechos de los obreros en la industria maquiladora de Chihuahua y Tamaulipas y Joaquín Cosío. La presencia de los actores en el escenario le pareció abrumadora. Ese día salió del teatro impactado, con la firme convicción de convertirse en actor, aunque no supiera nada, todavía, entendió que el teatro algo había cambiado en él esa noche y para siempre. Al siguiente día saliendo del trabajo en la maquiladora se presentó en el Gimnasio Universitario donde ensayaba el grupo de teatro. Se sentó en una grada al final, hasta arriba, para no interrumpir y hablar con el director al final. Ese día no llegó uno de los actores porque su novia vio la obra de la noche anterior y le amenazó con terminarlo si volvía a actuar esa escena en la que su personaje violaba a Alicia (Susana Prieto). Octavio Trías volteó a las gradas y viendo a Antonio preguntó: ¿Y tú qué?  —Yo nada, vengo a hacer mi servicio social— contestó. —Bueno pues ya estás, métete. Muchos años después de esa escena, 34 para ser exactos, Antonio menciona varias veces, sentado en el Parque Borunda de Ciudad Juárez, la palabra suerte: “Pero por supuesto que tengo un lado de superstición y creo en el azar, soy creyente del azar soy dado a los juegos de azar soy un tanto ludópata y eso creo que pesa, no le sucede a todos tampoco”, dice. El papel que interpretó Antonio fue el del esposo de Alicia, que en realidad era un papel secundario. Consistía en una escena en la que se representa la violación a Alicia al principio de la obra, queda dormido y al final se levanta para sentarse en un sillón y abrir el periódico mientras a su espalda se alza una sombra con un cuchillo. Octavio Trías le pidió que se quedara acostado y no se moviera para nada hasta el final. Antonio, que no sabía nada de estar en escena, siguió las instrucciones al pie de la letra. Una hora con cuarenta minutos duró tendido con la firme determinación de no mover un músculo. Cuando llegó la última escena y se levantó, todos los músculos fallaron y se fue de cara al piso de medio escenario antes de levantarse y no poder sostener el periódico con las manos, provocando que todos terminaran riéndose en lo que debía ser un final trágico. “Tú no encuentras al teatro, el teatro te encuentra a ti”, dice Antonio.

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Antonio Zúñiga ha escrito más de 50 obras de teatro, ha dirigido, producido, actuado, recibido premios.  Su obra se ha publicado en varios países y algunas han recorrido prácticamente todo el mundo. Actualmente es el director del Centro Cultural Helénico, uno de los espacios más importantes del teatro en México, escribió un guion para una serie de televisión, trabaja en un largometraje. Y constantemente recuerda a Juárez. Ahora que está aquí sentado en este parque, luego de recordar su camino por el teatro hace un lado una de las primeras afirmaciones que hizo al principio: “el teatro no cambia ni madres”. Porque negar que el teatro es un transformador sería negar su historia misma. Admite que para afirmar que el teatro no transforma tendría que borrar la imagen de Antonio abriendo la puerta de uno de los salones del Gimnasio Universitario hace 36 años. —Ese era el teatro y el alimento de todos los creadores en Ciudad Juárez, era muy auténtico. Todos teníamos esa ambición, queríamos que el mundo fuera otro, teníamos una afinidad muy grande con la Revolución cubana, con el comunismo, con Marx y teníamos la aspiración de que el arte fuera un motor de cambio de la realidad del mundo. El teatro produce catarsis y después anagnórisis transformando el pensamiento desde su propia articulación estética. Está bien vivir de joven, a mí me parece que un joven es muy ilusionante que piense así, para nuestra generación debería de ser un anatema pensar que los jóvenes quiebren y se revelen contra el mundo porque en esa radicalidad esta la posibilidad de que creen sus propios mundos y sus propias horizontalidades. Yo soy un hijo de la chingada necio, necio como los burros más necios que te puedas imaginar, si los de acá somos necios por naturaleza yo soy el rey de los necios, aferrado. Tengo una actitud frente a las cosas, convencida mi alma de que todo lo que quiero lo puedo conseguir y por supuesto que eso te produce muchos golpes, pero así soy, así he sido. Y gracias a dios, no se si a dios, a lo que sea. A los 55 años que tengo ahora todavía lo tengo como en mi época de juventud y eso no se agota por eso soy avasallante, mi equipo en el que trabajo terminan agotados y yo sigo, es una actitud que el día que desaparezca de mí ese impulso me muero, es porque ya llego el eminente destino de todos. Si yo te dijera que el teatro no cambia nada tendría que tirar a la basura 30 años de mi vida y la vida misma, ahí empecé. Como propósito ha cambiado con el tiempo porque se vuelve uno un poquito más sabio, pero interiormente siempre guarda uno el precepto porque efectivamente lo que uno intenta en el teatro es transformar la vida del otro y sí se da, estoy convencido que sí puede ser el teatro ese interpósito evento en el que alguien puede descubrir la pequeña luz en el final del túnel, o la aurora o su propia tragedia— dice. Antonio camina de regreso al teatro Benito Juárez cuando dice, como para sí mismo: “A mí me han sucedido las cosas con suerte”.