octubre 22, 2025

Ítaca o un lugar para que los niños migrantes abandonen la realidad

Ciudad Juárez, Chihuahua.— Hay una niña, delgada y de aspecto frágil, como el de las ramas delgadas de algún arbusto seco, que se comporta, contrariamente, como un roble saludable cuando abraza a su hermana más pequeña mientras voltea al frente y le dice “mirá, mirá, si no mirás parate”. Eso le pide, que mire, un momento al frente, el frente donde se puede olvidar, al menos por lo que dura un cuento, que alrededor de ellas hay cientos de personas cuyo único hogar es su cuerpo cansado para seguir caminando, eso y quizá, con suerte, una mochila. “Mirá, mirá”, le pide. Voltear al frente quizá ayude a olvidar que están en un gimnasio, que duermen en el piso, que no siempre hay comida, ni agua, ni jabón, ni champú para enjuagarse el pelo lacio y opaco que recoge su liga azul. Y que no saben cuándo se podrán ir. Que ponga atención, le pide, al momento que tienen para imaginar que están en una selva debatiendo la importancia de la melena de un león. Que están en una selva o en el Polo Norte buscando un pingüino amigo. Lo que sea. No en el gimnasio de una ciudad lejana de casa, cuyo Gobierno del Estado a través de sus representantes ha dicho que no quiere más migrantes. La ciudad donde la representación de la cámara de comercio dijo que eran una carga y que no estaban dispuestos a ayudar. Una ciudad de migrantes que se debate entre el apoyo y el rechazo. El contexto es ajeno a la niña, no el viaje ni la espera para que el gobierno de Estados Unidos atienda su solicitud de asilo. Se vuelve difícil pensar que alguno de los más de 500 migrantes que están aquí, disfruta esto. Desde antes de que el hombre fuera hombre como lo conocemos ahora, migrar, caminar en busca de una mejor vida ha sido una práctica inherente, como si ser humano y buscar un lugar para sí mismo y para su familia fueran una misma cosa. La temática de la migración existe desde el inicio. Así cada una de estas personas podría ser un Ulises, una Penélope o un Telémaco. Este gimnasio podría ser la isla de Calipso en la que cada uno debe enfrentar cada día a un Cíclope imaginario, vencerlo a diario para seguir su camino. Todos esperamos, todos buscamos algo, siempre. Al menos la niña tiene la prueba física de que hay un lugar lejos de aquí donde su partida dejó una ausencia irremplazable, tiene la seguridad de que hay alguien que piensa en ella y de que la extraña. Abraza a su hermana pequeña mientras escuchan el cuento que estudiantes y ex alumnos de la licenciatura en Literatura les leen, la rodea con su brazo cubierto por la manga de su chamarra de mezclilla. La chamarra que dice con la tinta de un marcador negro, en la espalda: “Te quiero mucho aunque seas bien molestona te voy a extrañar”, “te voy a extrañar”, “te quiero mucho”. La chamarra que es el vestigio de su Ítaca personal, un lugar para volver por lo menos en recuerdos para cuando se sienta triste. La chamarra que le recuerda que aunque lejos, existen al menos tres personas que piensan en ella. Entre las colchonetas regadas por la duela de lo que en realidad es una cancha de basquetbol, una niña que no podría ser más alta que una silla juega a que no es una niña que no podría ser más alta que una silla. Mete sus pequeños pies en las zapatillas de tacón de su madre e intenta caminar. Su hermana mayor le dice que lo hace mal, que le falta gracia e imita el andar de su madre. Otro grupo de niños corre de un lado a otro con el ánimo de ciclón. Otros pintan, otros recortan, otros leen, otros escuchan “es el pistón, es el pistón que hace andar el vagón” y fingen que son locomotoras. Otros pelean con un mastodonte mascota que a todo contesta que no. Todos, en algún momento se ríen. Todos, afortunadamente, tienen un momento, aunque sea pequeño, para escaparse de esta realidad, de este gimnasio, de los problemas que los expulsaron de su país, de su casa, de su Ítaca.