Ciudad Juarez, Chihuahua.— Samuel Kishi Leopo (Guadalajara, 1984) volvió a Santa Ana, California, para rehacer el camino de su historia migrante. En la década de los 80 vivió en Bishop Manor, una zona de departamentos en un ‘barrio bravo’, junto a su madre y su hermano, tras cruzar sin documentos la frontera entre México y Estados Unidos. Allí, en un pequeño cuarto, pasaba los días encerrado con su hermano mientras su madre trabajaba. Los acompañaba una grabadora en la que ella había dejado cuentos, lecciones de inglés y las reglas de la casa. “Si me extrañan, pónganle play a la grabadora”, les decía. La historia de infancia de Kishi es la premisa de su película Los Lobos (2019), que relata las vivencias de los hermanos Max y Leo, y su madre Lucía, en la búsqueda de una vida mejor en Estados Unidos, desde la perspectiva de la infancia y su interpretación inocente de una realidad compleja. Los Lobos abrirá hoy las funciones del Festival Internacional de Cine sobre Migración en Ciudad Juárez, a cargo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), de la que Kishi es embajador de buena voluntad. La función se llevará a cabo a las 19:00 horas en la Sala Experimental Octavio Trías, del Centro Cultural Paso del Norte, y al terminar se abrirá un espacio de diálogo con el director, quien se encuentra en esta ciudad para presentar su película en distintos espacios, entre los que se encuentran los albergues Respetttrans y San Matías.
Una película para crear ‘puentes de empatía’
Sentado en una de las salas de la OIM en Ciudad Juárez, ubicadas en un edificio del corredor peatonal de la avenida 16 de Septiembre, Samuel Kishi habla sobre el rodaje de Los Lobos —que describe como “una carta de amor” para su hermano y su madre—, la selección de intérpretes, las locaciones y el proceso para dar a conocer el proyecto ante la comunidad donde se filmó, para no transgredir su espacio. Por razones financieras, Los Lobos no se filmó en California, sino en Albuquerque, Nuevo México, en un sector conocido como “The War Zone” por sus índices de criminalidad y marginación, y que, de acuerdo con el cineasta, se asemeja a la Santa Ana de los 80.
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Kishi y su equipo comenzaron entonces un amplio proceso de socialización del filme, en el que se incluyó a los habitantes de la zona. Invitaron a los vecinos a compartir la comida y el café, a conocer la película. Buscaron allí las historias que pudieran representar a infancias de los que sí llegaron a la tierra prometida y se toparon de frente con el “Estados Unidos profundo”. “Es rarísimo que la mayoría de las personas ven la migración como algo ajeno, como si fuera algo que pasa en otro lugar o que solo sale en las noticias. Pero migrar es parte de la condición humana y nadie es ajeno a ello: migramos de escuela, de barrio, de ciudad, de país; estamos en constante movimiento”. El cineasta explica que Los Lobos no es solo un drama sobre migración, sino también un relato de la infancia y de la madurez anticipada, un coming-of-age sobre las razones de una madre en busca una de un vida mejor, de un padre apenas conocido y de dos hermanos empujados a crecer en un lugar que no conocen. “Para mí es un trabajo artesanal y hay de por medio una gran responsabilidad social. No puedes abordarlo a la ligera. Lo que queríamos era darle vuelta las historias de migración que hemos visto toda la vida. Uno de mis temores era caer en los lugares comunes como La Bestia, el cruce, las patrullas de la migra”, dice.
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Sobre el contexto actual de las personas en movilidad, en medio de contingentes masivos, políticas antimigratorias y protocolos que los expulsan y retienen, Kishi opina que la principal amenaza a la que se enfrentan es la xenofobia, producto del odio, la ignorancia y el temor a reconocer las circunstancias de los demás. “Nuestra labor como artistas tiene que ver con visibilizar historias para crear puentes de empatía. Yo sí creo que el arte hace cambios que llegan a las políticas públicas. Y sé que no estoy descubriendo el hilo negro, existen muchos casos en los que han cambiado las cosas a raíz de la construcción de narrativas. (…) Por eso hablo mucho de la responsabilidad social con todos estos temas. Mucho de lo que pasa en nuestro cine es por visiones aburguesadas, donde solo escarban la primera capa, sin trabajo de investigación, ni de campo, ni empatía”.