julio 2, 2024
Coronavirus Domar a la Pandemia Sociedad

I. Casa de Colores: las migrantes ‘en el aire’ de la frontera

Ciudad Juárez, Chihuahua.— Susana Coreas se sienta en un sillón con forma de tacón y entrelaza sus manos sobre una de sus rodillas. Una de las paredes de su habitación es un espejo. El resto, un collage en el que coexisten elementos disímiles, como una bandera con los colores del arco iris y una bufanda de la selección de futbol de Alemania.

Susan, como le dicen sus amigas, se refleja de perfil en la pared: una mujer alta, de cabello negro, alisado, corto hasta los hombros. Tiene 40 años, un hijo en Estados Unidos, una historia de fuga impulsada por la búsqueda de una vida mejor, del derecho a ser quien realmente es.

Aquí, en un viejo hotel del Centro Histórico de Ciudad Juárez, Susan vive con otras ocho mujeres transgénero, como ella, que esperan su oportunidad de cruzar a Estados Unidos en medio de una pandemia mundial. Aquí han creado el albergue Casa de Colores.

Susan es originaria de la ciudad de Santa Ana, El Salvador. Hace poco más de un año, el 12 de enero de 2020, salió de allí con un grupo de 17 mujeres trans rumbo a Tapachula, en la frontera de México con Guatemala. Tras varios retenes y seis días de viaje en camión, llegaron a Ciudad Juárez. 

“A tropiezos y dificultades logramos llegar con la esperanza de que había un lugar que nos iba a recibir y dar amparo. Las cosas no sucedieron como esperábamos, pero siempre buscamos la manera de sobrevivir, de irla llevando. Con esfuerzo y mucho tiempo invertido logramos llegar hasta donde estamos aquí”, dice.

Las condiciones precarias en las que vivían en el primer albergue al que llegaron encendieron en varias mujeres la urgencia de entregarse a las autoridades migratorias estadounidenses.

Al enterarse de esta posibilidad Susan y sus compañeras decidieron hacer lo mismo, pero cuando lo intentaron las fronteras ya habían cerrado por la pandemia. Las cuatro veces que buscaron cruzar el puente internacional terminaron en fracasos. 

“Muchas venimos en condición de huida y no podemos volver a nuestros países. Tampoco podemos avanzar porque no nos dejan, ni podemos trabajar porque muchas abandonamos el proceso de estadía aquí en México, porque la idea no es quedarnos en México sino llegar al otro lado. Así que estamos en el aire, sin trabajo, sin oportunidades. Estamos atrapadas y no hay otra manera de lidiar con eso”, dice. 

El grupo de ocho mujeres prefirió lo desconocido a seguir viviendo en el albergue. Tomaron sus pocas pertenencias y salieron a las calles de Ciudad Juárez, la ciudad mas golpeada por la pandemia del estado más grande del país, en donde les dijeron que nadie las ayudaría. Entonces comenzó la travesía, con altos y bajos, que hasta el momento no ha parado. 

Resiliencia se define como la capacidad de un ser vivo a adaptarse a condiciones o situaciones adversas. Susan, quien sin recursos decidió tomar la oportunidad que se le presentó para crear un espacio de acogida para mujeres como ella, se reclina en su sillón en forma de tacón, entrelaza sus manos, sonríe y cuenta eso: su propia historia de resiliencia.

Susana Coreas en la Casa de Colores / Foto: Favia Lucero

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En la entrada hay dos flamencos parados sobre la banqueta, separados por unas palmeras pequeñas. El sol de las cuatro de la tarde calienta el negro y el rosa de su piel metálica. No se trata de una playa cálida del sur de Florida, sino de la fachada de un hotel clausurado, en una árida ciudad del centro del Desierto de Chihuahua. 

Desde los primeros meses del año pasado, el Hotel Flamingo, en Ciudad Juárez, dejó de recibir a sus clientes habituales para empezar a refugiar temporalmente a personas migrantes. 

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en colaboración con la Organización Mundial por la Paz y otras organizaciones locales que trabajan el tema de migración, empresarios y los tres niveles de gobierno habilitaron estas instalaciones con el nombre de ‘Hotel Filtro’, para prevenir brotes del virus entre la población migrante que desea ingresar a los albergues de la ciudad. 

Desde el 9 de mayo del año pasado, fecha en la que inició operaciones el Hotel Filtro, muchas cosas cambiaron en este lugar. Por ejemplo, la entrada trasera ahora funciona como la principal y para ingresar hay que pasar por un proceso de sanitización. La decoración del lugar es diferente, aunque en las paredes de las habitaciones todavía quedan pequeños cuadros con pinturas de flamencos.

Dibujos con mensajes de agradecimiento, letreros con los nombres de las personas que ahora viven en los cuartos y un árbol navideño con esferas pintadas como banderas de diferentes países adornan el espacio. 

Resalta en la entrada un mural de papel con un mapa de México, sobre el cual hay más de 70 huellas de manos y pies de todas las niñas y niños que han pasado por aquí. 

“Nosotros esperamos haber dejado huella en ellos, en sus corazones, en sus vidas, así como ellos han dejado huella aquí”, dice la coordinadora general del Hotel Filtro, Rosa Mani Arias.

El hotel tiene 47 habitaciones con capacidad para cinco personas cada una; de esas, 37 conforman el área de cuarentena y los otros 10 cuartos, ubicados en la zona posterior del inmueble, son para las personas sospechosas o positivas a la COVID-19.

Las personas migrantes viven durante 14 días en una habitación, totalmente aisladas y sin compartir áreas comunes, para llevar a cabo una cuarentena eficiente que permita determinar si están contagiadas o no. Luego son trasladadas a otro albergue. 

“Entran, se les hace un proceso de sanitización, pasan por un proceso de registro en donde se les pregunta brevemente sus antecedentes médicos, porque llega mucha gente con problemas de diabetes, hipertensión o cualquier otro tipo. Hay que darles un seguimiento especial para, mientras están aquí, darles atención a todos esos padecimientos”, dice Arias.

La mayor parte de personas que llegan al Hotel Filtro son referidas del Grupo Beta del Instituto Nacional de Migración (que ofrece información y asistencia médicas a las y los migrantes) pero también han llegado personas que ya tenían tiempo en la ciudad y que, a causa de la pandemia, perdieron sus trabajos y vivienda, quedando en situación de calle. 

En este espacio reciben tres comidas al día, asesoría jurídica, apoyo psicológico y chequeos médicos diarios en las que se les toma la temperatura, se revisan sus signos vitales y niveles de oxígeno.

“Han sido contados los casos que del área común los hemos tenido que trasladar para acá (zona posterior del hotel), pero han sido oportunos. Eso es muy valioso de reconocer del equipo médico (conformado por cinco doctoras y un doctor originarios de Cuba), porque no hemos tenido un brote en nuestra población regular por así llamarlo”, comenta la coordinadora. 

Hotel Filtro para personas migrantes / Foto: Favia Lucero

La coordinadora del equipo de salud del Hotel Filtro, la doctora Leticia Chavarría Villa, relata que en el área COVID han recibido a 102 personas, de las cuales 35 habían resultado positivas hasta diciembre del año pasado.

“Afortunadamente la mayoría han sido con síntomas leves, algunos incluso, un porcentaje bajo, asintomáticos completamente”, añade.

Sin embargo también han recibido a personas con fracturas, lesiones causadas al caer del muro fronterizo, personas con otros padecimientos y mujeres embarazadas que tienen dificultades para recibir atención médica por su condición migratoria. 

“Es una situación grave porque los dejan sin ninguna opción, porque es gente que no tiene lo que les piden en los hospitales del estado… Son personas que quedan completamente vulneradas porque no tienen para pagar una consulta, no tienen para pagar los medicamentos. Es una situación que les puede costar la vida”, dice Chavarría Villa.

En el mismo sentido, la directora de la asociación civil Derechos Humanos Integrales en Acción (DHIA), Blanca Navarrete García, opina que la atención a la salud de las personas migrantes es uno de los grandes retos que el Estado no ha podido resolver. 

Entre el grupo de población migrante vulnerable, asegura Navarrete, se encuentran niñas, niños y adolescentes, personas adultas mayores, mujeres embarazadas y mujeres trans.

“El tema de la documentación es de mayor vulnerabilidad para ellas (las mujeres trans), porque si acceden a documentación sería con el nombre legal, como están registradas en sus países de origen. Entonces ese registro no avala la identidad con la que ellas se sienten cómodas”, dice. 

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A finales de marzo de 2020 la Dirección de Derechos Humanos del Gobierno Municipal de Juárez atendió a 315 personas migrantes, 197 menos de las que recibió el primer mes de ese año. La pandemia comenzó a detener, como a muchas otras cosas, los flujos migratorios de esta frontera. 

De acuerdo con el jefe de división del Programa de Atención a Migrantes del Consejo Estatal de Población (COESPO) en Chihuahua, Dirvin García Gutiérrez, la noticia por parte del gobierno de Estados Unidos sobre el cierre definitivo de los puertos de cruce entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas, fue una de las causales de la disminución de personas migrantes en la ciudad. 

“Sí hubo un descenso importante de flujos migratorios que arribaron a la ciudad durante el tiempo de la pandemia, porque ya no solamente era un cierre parcial de la frontera. Había un cierre definitivo desde marzo que se ha ido prorrogando en los meses subsecuentes”, dice. 

Aunque en la ciudad dejaron de verse estas dinámicas migratorias, las personas en movilidad optaron por tomar otras rutas que anteriormente no eran ocupadas por los flujos migratorios, como Ojinaga, Puerto Palomas y Janos, puntos que no se encuentran firmemente vigilados por elementos de la Guardia Nacional.

García Gutiérrez considera dicha situación como “preocupante” pues las condiciones extremosas del clima y el terreno desértico han causado que las personas migrantes se expongan a mayores riesgos.

Han incrementado los rescates de Grupo Beta al interior de esas zonas, ciertamente hay varios supuestos de por qué se han dispersado a estas rutas que no han sido tradicionalmente usadas, y una de ellas tiene que ver con que no hay mucha presencia de la Guardia Nacional vigilando estas zonas tan remotas del desierto”, agrega.

La Dirección de Derechos Humanos del Municipio informó que desde abril del año pasado comenzaron a notar una disminución en la cantidad de atenciones que brindaban a personas migrantes, mes en el que recibieron 253 personas. En mayo bajó a 210 y en los meses de julio y agosto atendieron a 144 y 171 personas migrantes, respectivamente.

Bordo del Río Bravo en Ciudad Juárez / Foto: Favia Lucero

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Tras abandonar su primer albergue, Susan comenzó a trabajar en un bar del Centro Histórico. La propietaria, al conocer su historia y la de sus compañeras, le ofreció habitar un viejo inmueble, un hotel que acababa de comprar.

“Fue bastante difícil porque ni siquiera aparecía la llave, así que estuvimos tres días durmiendo en la terraza del bar hasta que pudimos entrar al edificio que tenía 20 años de estar abandonado”, relata Susan.

El hotel estaba cubierto de excremento de paloma y basura. “Todo lo que te pudieras imaginar que estaba sucio, lo estaba”, dice Susan con media sonrisa. Les prestaron un par de escobas y empezaron a limpiar. No había agua potable, no había electricidad. En ese punto comenzó la lenta construcción de un espacio habitable al que, lejos de casa, pudieran llamar hogar.

La necesidad llevó a Susan a tomar las riendas del lugar, con tan solo su celular como herramienta de trabajo. Entonces comenzó a llamar a cuantas personas, organizaciones e instituciones conocía. 

Así fue como las ocho mujeres recibieron su primera despensa, colchones, cobijas y ropa. Los apoyos más grandes vinieron después.

Se nos acercó el pastor Antonio Nevárez, que fundó el nombre de Casa de Colores, pero tuvo problemas de salud y al final terminé yo dirigiendo toda la parte administrativa y toda la parte que tiene que ver con la guía, desde el más mínimo detalle en la cocina hasta problemas médicos complicados”, dice Susan. 

A ella le ha tocado cargar en brazos a su mejor amiga después de que se desmayara por un ataque de ansiedad, atender una herida profunda en el pie de una de sus compañeras, curar la piel de otra más que tuvo una fuerte reacción alérgica debido a un mal diagnostico médico.

Todo esto sin dinero, sin un vehículo para ir al hospital y con un sistema de salud colapsado por la pandemia, sin espacio para recibir a una mujer migrante sin documentación. 

Casa de Colores / Foto: Favia Lucero

Y bueno, aquí estamos, y funciona. Aunque no me lo esperaba porque nunca había dirigido un albergue y ahora creo que está creciendo desproporcionadamente”, dice Susan, puesto que esperan recibir a casi 20 personas más.

Ahora el edificio es habitable, una gran parte de las 20 habitaciones que tiene están decoradas de acuerdo con los gustos de sus inquilinas. En sus paredes hay letreros de colores que dictan horarios y normas de convivencia, dos perritos se pasean por los pasillos y por las noches de la cocina sale un olor agradable que avisa a las mujeres migrantes que llegó la hora de cenar. 

Cuando se le pregunta sobre su futuro, sobre lo que sucederá cuando llegue su momento de, nuevamente, intentar cruzar a Estados Unidos, el semblante de Susan se endurece y su voz amable se llena de determinación.

“Yo ya lo había pensado y realmente yo tengo mis metas, tengo un proyecto de vida. Esto surgió de la necesidad, surgió en el camino. Yo sé que es algo temporal”, dice.

Para Susan es importante que se le dé continuidad a este proyecto humanitario, que en tan poco tiempo ha crecido gracias a las donaciones en especie y económicas de diversos actores, así como al trabajo de todas las integrantes del albergue, que han sabido aportar su dedicación y cariño en diferentes formas. También reconoce la importancia de este espacio, más en tiempos de pandemia e incertidumbre.

“Ha sido una experiencia muy rara. Nunca me imaginé, ni en mis más extraños sueños, que iba a ser mujer y dirigiendo un albergue, uno que está creciendo. Una nunca para de aprender y son las experiencias que estamos ganando y de verdad me siento contenta por eso”, dice Susan, con una sonrisa y las manos todavía entrelazadas sobre su rodilla, en la habitación que ha hecho suya en esta Casa de Colores que las migrantes ‘en el aire’ han convertido en su hogar.