
Ciudad Juárez, Chihuahua.— Sentados en la banqueta de la calle Vega del Río, cerca del Puente Internacional Córdova-Américas, una familia originaria de Miguel Auza, Zacatecas, se prepara unos sándwiches que comerán de desayuno.
La familia, conformada por seis adultos, dos niños y una bebé de apenas 25 días de nacida, cuenta que no tuvo otra opción más que dejar su ciudad por la violencia de la que fueron víctimas.
Al igual que ellos, alrededor de 70 migrantes provenientes de diferentes estados del país se encuentran asentados en los alrededores del cruce fronterizo que une a Ciudad Juárez con El Paso.
A inicios de esta semana, autoridades del Comité Internacional de la Cruz Roja contabilizaron alrededor de 700 migrantes en los Puentes Internacionales, sin embargo, la cifra a disminuido porque varios grupos han sido llevados a diferentes albergues de la ciudad.
Por su parte, el Consejo Estatal de Población (COESPO) lleva un registro de poco más de mil connacionales, quienes en su mayoría provienen de Zacatecas, Michoacán y Guerrero.
La mayoría de estas familias mexicanas que buscan asilo político colocaron pequeñas casas de campaña en un camellón en las que duermen durante la noche.
Día tras día, esperan sentados en las jardineras del camellón que las autoridades migratorias estadounidenses les avisen cuándo serán atendidos; mientras, observan la larga fila de vehículos cruzar el puente.
Alberto, uno de los integrantes de la familia y quien prefiere no mencionar su apellido, relata que después de un viaje de camión que duró alrededor de 12 horas, llegaron a esta frontera la mañana del domingo pasado.
El joven de 25 años comenta que era el propietario de un negocio en Miguel Azua, pero que “el miedo, la inseguridad”, lo orillaron a dejar su ciudad, sus amigos y su vivienda.
“Preferimos estar aquí batallando que estar allá pensando si vamos a estar o no vamos a estar. Primero es la seguridad, la vida, ya lo material como quiera”, dice mientras lleva un bolillo con mayonesa y jamón a su boca.
Frente a él se encuentra Lili, una de sus familiares que carga en sus brazos, envuelta en una cobija afelpada, a la bebé recién nacida. La joven también es madre de otros dos niños.
Con su esposo al lado, Lili hace un gesto de cansancio cuando declara que “es bien pesado” estar en esa situación con menores de edad. La familia tuvo que comprar por su cuenta una casa de campaña para que Lili y su hija pasen la noche protegidas. Los demás duermen sobre pedazos de cartón cubiertos con cobijas que les han regalado.
“Han venido personas a ofrecernos ir a los albergues para que nos bañemos o comamos”, explica Alberto, pero por estar “al pendiente” de lo que digan las autoridades prefieren quedarse en la banqueta.
Al mismo tiempo y sin titubeos, los adultos de la familia asienten con la cabeza cuando se les cuestiona si están dispuestos a continuar en ese lugar hasta que obtengan una cita para pedir asilo político en Estados Unidos.
“La verdad no somos negativos, no hemos pensado en que nos nieguen el asilo. Seguimos con fe de que nos den esa posibilidad de ingreso”, aclara Alberto.
Sobre la demás población migrante que se encuentran en la ciudad, opina que “todos venimos buscando lo mismo, la seguridad”.