marzo 28, 2024

Dignificar a los usuarios de drogas inyectadas en tiempos de COVID-19

Por Marco Antonio López / Fotos: Favia Lucero Ciudad Juárez, Chihuahua.— Julián Rojas Padilla es un hombre aparentemente como cualquier otro. Nada de él desencaja o sobresale demasiado y, sin embargo, podría ser un espejo. Así funciona su vida, como un espejo que se pone frente a otros espejos, de forma que se reconoce en otros y otros se reconocen en él cada vez que les extiende la mano para darles una caja de jeringas para que se inyecten heroína de manera limpia. Un ejercicio de dignidad y de memoria. No el único, pero uno de ellos. Es un día cualquiera, en cualquier parte de esta ciudad. Hay un edificio en ruinas que antes fue negocio y albergue de la muerte; hombres y mujeres eran despedidos en ataúdes aquí. Ahora, del edificio quedan algunas paredes y un par de columnas que se volvieron negras tras el paso del fuego. Hay dos colchones, basura y jeringas. Este lugar que albergó muerte y hoy es ruina, es el refugio de mujeres y hombres usuarios de drogas inyectadas que se reconocen entre ellos mismos y se reconocen en Julián. Uno de los grupos más vulnerables y rechazados por la sociedad encuentra ayuda en medio de la contingencia por la pandemia mundial del COVID-19, en la organización Programa Compañeros. Es la una de la tarde con 16 minutos y Julián cuelga una bolsa verde de uno de los pilares del edificio. De la bolsa cae una manguera y tiene un compartimiento con una barra de jabón. ‘Radamés’ pega las indicaciones para lavarse las manos. Se escucha el ruido que hace el agua cuando se encuentra con el piso, después de pasar por las manos de ‘El Gallo’ y llevarse la suciedad y los restos de jabón. —¿No tienen jeringas?—, pregunta Julián. —No—, contesta El Gallo. —Aquí les vamos a dejar. Mira, te vamos a dejar unas naloxona para la gente cuando tiene una sobredosis. —¡Ah, sí! esa cómo hace falta, con esta de volada ¡pum!, despiertan—, dice emocionado El Gallo. —Esta es nasal, es por la nariz, aquí están las indicaciones en la cajita. No es complicado, sólo es ponerla en una fosa tapar la otra. ¿Ya la has aplicado?. —Sí—, contesta seguro El Gallo. —¿Y cuál ha sido el resultado?. —¡Pum!, de volada, en menos de un minuto ya están parriba—, y alza un poco el bastón que lleva en la mano derecha.

Estaciones de lavado instaladas por Programa Compañeros
La bolsa verde tiene entre 15 y 20 litros de agua, es rellenable y es el único acceso a agua potable del edificio. Programa Compañeros ha dejado 14 en distintas zonas de la ciudad en las que se reúnen usuarios de drogas inyectadas, para que puedan lavarse las manos de manera constante a manera de prevención de contagios de COVID-19. Afuera del edificio está David Montelongo, el psicoterapeuta del equipo. Cuenta que recogen todos los restos de jeringas para que no las vuelvan a usar y les dejan equipo nuevo. También explica que la naloxona es un bloqueador de los neurotrasmisores que reciben los opioides, por lo que, cuando una persona está sufriendo una sobredosis, se despierta. “Se bloquean los neurotrasmisores de opioides y lo que hace es que la persona se levanta con una sensación, con síndrome de abstinencia porque su sistema no percibe que tiene el opioide en su organismo”, dice. Pero es importante que no consuman inmediatamente porque el riesgo de sufrir otra sobredosis es sumamente alto. Caminamos alrededor del edificio y David señala:

“Si no recogemos esto se vuelve foco de infección porque las agarran y las vuelven a usar. Conseguir equipo es muy complicado, entonces si vienes a un lugar como estos vas a hallar estas jeringas y mira, la necesidad es tanta que la gente las utiliza. Nosotros las recolectamos y les damos equipo nuevo”, dice.

A las 12 con 22 minutos, en algún lugar cerca de este, asesinaron a un hombre que estaba cerca de otro punto de reunión de personas usuarias de drogas inyectadas al que iban a llegar a dejar insumos este mismo equipo de Compañeros. La cita era a las 12:30 y llegaron cuando la policía empezaba a acordonar el área. A esta hora, el hombre asesinado sigue tendido en la banqueta izquierda de sur a norte de alguna calle de esta ciudad.

¿Quién cuida a los que nadie cuida y por qué?

Programa Compañeros es una asociación civil que trabaja en la atención, prevención, educación e investigación del VIH/SIDA. Por eso Julián entrega jeringas nuevas. Programa Compañeros estima que actualmente  la existencia actual de puntos de reunión de usuarios de droga es de entre 80 y 100 dispersos en toda la mancha urbana. El consumo de heroína en el estado rebasa la media nacional en pacientes de los Centros de Integración Juvenil que se encuentran en todo el país, siendo en Chihuahua el 11.7 por ciento de los pacientes adictos a la heroína y en la media nacional sólo el 2.6 por ciento de los casos, de acuerdo con su informe 2019. Tan sólo en Ciudad Juárez fueron atendidas 373 personas en la Unidad de Tratamiento para Usuarios de Heroína en el 2019. La heroína es considerada la tercera droga más consumida en el estado, de acuerdo con los mismos usuarios, por debajo de la mariguana, la metanfetamina y junto con la cocaína, de acuerdo con el informe presentado por los Centros de Integración Juvenil. En rangos de iniciación al consumo de drogas en Chihuahua, el grupo más afectado es el de 10 a 14 años, con 42.5 por ciento de los pacientes; entre 15 y 19 años el 39.7 por ciento; de 20 a 24 años el 8.7 por ciento y de 25 a 29 años el 2 por ciento. El modelo de comunicación y educación de la Compañeros está basada en acompañamiento de pares o lo que las Naciones Unidas determina ‘inter pares’; es decir, personas del mismo grupo, de las mismas condiciones y experiencias se comunican para que un semejante lleve prácticas saludables a los demás. En otras palabras, espejos frente a espejos, que se reconocen como iguales. Julián comenzó a consumir heroína en su adolescencia. La adicción lo llevó a la calle y la calle al entendimiento de la exclusión, el prejuicio, de que se es el margen incluso de los márgenes. Por eso ahora, que debería estar en casa, coloca otra bolsa para que los usuarios como el Negro o como el Mike, que está en silla de ruedas y ahora se lava las manos, lo puedan seguir haciendo. Aquí no hay nombres. Como si la identidad de una vida se borrara para dar paso a una nueva, acá se hablan así entre todos, “ándale, Negro, ¿vas a querer material?”. Acá tienen nombres de animales, de colores, de ciudades, estados, otras palabras con menos carga de pasado. Si no tienes un apodo ,entonces te dicen padre —“¿qué pasó, padre?”—, y quizá sea difícil de entender, quizá no, pero una jeringa nueva, una naloxona, agua y jabón para que se laven las manos, pueden salvar la vida al Negro, al Gallo, al Oaxaca, al Mike, que también son vidas. Compañeros trabaja con grupos vulnerables desde 1986. En sus instalaciones dan comida, terapia psicológica, insumos para el uso de drogas inyectadas, condones, pruebas de VIH. Dan oportunidad a las personas de que se bañen, les lavan la ropa, trabajan la prevención y se vinculan con organizaciones que tratan adicciones. Hace 24 años que Julián dejó las drogas, tiene 47. Hace 15 años, como es completamente entendible, cuida de las personas que nadie cuida. De acuerdo con estimaciones que hicieron entre 2010 y 2013, cuando se pudo financiar una investigación de censo, en la ciudad había alrededor de 10 mil personas usuarias de drogas inyectadas. Para Julián es determinante ayudar a estas personas porque son rechazadas de hospitales por su condición.

“No les reciben en hospitales, sufren mucha discriminación, se les niega la atención porque saben que son usuarios y se enfrentan a muchos prejuicios y por esta situación sería muy complejo si se llegaran a infectar de coronavirus, porque aparte el estar en un hospital pasando por un proceso para luchar por el virus, ellos necesitarían metadona”, explica.

“Tienen mucha movilidad por muchas partes de la ciudad y sin duda hay mayor riesgo. Ellos tienen que andar por la ciudad buscando el dinero para su consumo y eso los pone en mayor exposición. Tienen su sistema inmunológico más comprometido por las enfermedades, como desnutrición”. Julián tiene un recuerdo arraigado por décadas que hizo raíz y es el reflejo de ese recuerdo que visto frente un espejo se vuelve una visión de futuro. Por eso cada vez que un usuario de drogas inyectadas lo ve, puede ver en él, pasado, presente y futuro. Al filo de las dos de la tarde pone su cubrebocas, sube a la camioneta gris y su equipo toma rumbo al poniente para encontrar otro grupo donde no será Julián y será Padrino.